Papel en blanco

Open 24 hours

Calm after the storm

Viky está cansada, muy cansada.

Siempre habrá algo, una minúscula traba, que se cruce a nuestro paso.
Una conversación que desemboque en disputa.
Unas palabras que se malinterpreten.
Unos hechos que hagan pensar una cosa, o totalmente la opuesta.
Una discusión que empiece como pelea, y sin embargo, finalice en una afectiva bienvenida.
A veces lo que se presenta de ante mano es lo más fácil, otras se persigue constantemente aquello que identificamos como difícil. Algunas veces, lo más sencillo es dejarse llevar y lo más difícil de ello sería acarrear con sus consecuencias.
No siempre se prefija cada detalle, es más, normalmente dejamos de lado esas pequeñas cosas que, si uno se detuviera a examinar, quizás se daría cuenta de millones de cosas que pueden acontecerse... pero no es así.
Humanos, ya vienen con la imperfección acompañándoles.
Errores que cometen, y a su vez, aprenden de ellos, aunque se pueda dar el caso de la repetición de la misma situación, llegará un momento en el que inconscientemente se corregirá ese... fallo.
Valores personales, casi intransferibles, a los cuales cada uno concede cierta relevancia, según sus influencias, según muchos dependes.
Y es que todo es relativo, hay y habrá muchos dependes, ¿de qué depende? Primeramente de cosas que no pudiera concretar, de la sociedad exterior, del mundo en general. Centrándonos en grupos más pequeños, incluso en dos personas, diferentes personas, de eso depende, de quién o de quiénes se trate. De la forma de pensar. De los gustos. De la cultura de cada una. Del lugar de nacimiento. De.. demasiadas cosas.
Muchos conflictos personales son inevitables. Avancemos , o por lo menos, quedémonos en el intento. Que sea inevitable no conlleva que sea algo malo, quizás un cambio de esos pueda ser el mejor que se haya sucedido. Quién sabe, todo depende.
Odio el y si... y si no.. déjense de bobadas y arrepentimientos, si lo haces y sale bien, mejor no pudo ocurrir, si por el contrario sale mal, tocará intentar cambiarlo. Y si no se hace por el miedo a fracasar... enfin, no diré nada más.
Las palabras muchas veces sobran.
Dame una mirada, es suficiente.

O, golpes contra la pared, reiteradas veces. Viva el masoquismo.


Cansancio. Así lo llamo yo. Así es estar atado con una cuerda, una cuerda que quieres romper y parece que a medida que va avanzando en el tiempo, se va haciendo más fuerte, resistiendo a todo, ante todos. Suéltala ya.
A pesar de que no siempre se puede lograr todo.


Att: la loca que perseguía las metas imposibles.

Viky

Un día cualquiera.




Se levantaba a duras penas, sin sueños, todas sus ilusiones deshechas. No podía si quiera hablar, estaba demasiado asustada y muy débil. Intentaba hallar un refugio, alguien que fuera capaz de ayudar sin empeorar la situación aunque fuera tarde y ya el caso de fiarse de otra persona fuese imposible. Tenía miedo de todo, de todos. Cada persona cruel hacía que pensara que todo el mundo era igual y más habiendo vivido una de las peores experiencias.
A pesar de que el día se levantara con una sonrisa, el sol radiaba en esa mañana de enero por muy increíble que sonara, a penas hacía frío. El despertar fue enternecedor, el pequeño estaba jugando con los rompecabezas y como una pieza se metió bajo la cama él fue a buscarla tirando así de la colcha que me arropaba en la cama.
Como cada mañana, le llevaba al lugar en el que mejor se desenvolvía con sus amigos. Esta vez, no regresé a casa, decidí tan sólo observar, con lo cual tomé un largo paseo en coche para aliviar esa monotonía que estaba entrando en mi vida.
Al volver, el pequeño no jugaba en la alfombra del salón. Extraño. Quizás estuviera durmiendo pero en su habitación no se escuchaba ninguna respiración. El corazón latía cada vez con más fuerza, acercándose a la desesperación.
Lógicamente, él, él invadió mis pensamientos entró sin llamar a la puerta… (irónicamente). Tan sólo sonó el teléfono al cual me abalancé para que no cesara la llamada, como era de esperar, él se ubicaba al otro lado de la línea pero no me di cuenta que la irresponsabilidad y el temor habían hecho que la entrada principal a la casa estuviera abierta, de par en par.
El teléfono cayó retumbando en el suelo, él apareció en la sala e inocentemente creí que era una señal, que él estaría a mi lado para ayudarme y ofrecerme su apoyo sobre todo en estos momentos.
No sé cuan equivocada estuve, ni cuál sería mi perdición, aquella que poco a poco se me antojaba como más adictiva y no podría resistir.
Todo mi mundo se desmoronó en cuanto descubrí aquel gesto en tu mirada que me mostraba todo lo contrario a lo que había imaginado y ello originó que recordara esa mirada fulminante hasta que encontrara el sitio en el que debiera estar, que lograra borrarla de mi mente.
Por la puerta trasera salí de esa casa a la que jamás volvería, empecé a correr sin rumbo, buscando a esa persona que estuviera allí, esperándome. Ni siquiera pensé en todo lo que estaba dejando atrás porque ya había pasado lo peor… Y mi pequeño…
Fue una sensación que nunca olvidaría, como si estuviese en el rincón más remoto y escondido de la calle más estrecha y menos transitada de la ciudad, exceptuando los gatos que se movía como querían por allá. Sentía haber sido zarandeada, golpeada y aplastada. Estaba totalmente devastada.
Y aún seguía con vida.

La calle de las farolas apagadas.

Frío, sólo era consciente de que sentía frío, mucho frío.
Deambulaba por la estrecha acera que se presentaba como un largo camino sin final, una línea incapaz de acabar.
La calle estaba totalmente solitaria, iba avanzando poco a poco, aun así sentía algo más, una presencia que me vigilaba, o por lo menos eso creía. Más de una vez me desviaba sin darme cuenta y me aproximaba en exceso a las señales que estaban esparcidas por la calle. No las veía hasta que estaban justo encima y me topaba con ellas, decidí ir despacio.
De repente, notaba cómo mis fuerzas flaqueaban, la forma en la que mis primeros pasos se me quedaban lejanos, inútiles, no conseguía llegar al final, no encontraba salida.
La sensación de que algo, alguien me perseguía, seguía conmigo, agobiándome cada vez más a cada paso que avanzaba. Parecía que en el silencio se escuchaba un eco. Un eco que retumbaba en mi cabeza y sonaba tan atronador que llegaba a aterrar.
Todo sonaba a navajazos, tiros, explosiones… que provocaban un terrible dolor de cabeza. Apabullante.
Percibía que esa presencia persistía. Ahora presentía todo ese ruido en el eco del silencio. Notaba la manera en que a cada pisada se clavaban esas puñaladas en mi espalda. Una tras otra, sin excepción. Y nada era capaz de frenarlo. El dolor era mínimo, llegaba hasta tal punto que la costumbre de soportarlo hacía que desapareciera.
Volvió el frío… y con él el invierno más estruendoso de todos. Casi inconsciente… ¿Por qué sigo aquí?
Sólo quiero volver a casa, donde el sol nunca se marcha, donde las calles están siempre iluminadas, aquel cálido lugar que no se presenta como una calle agobiante sin salida.
Quiero deshacerme de esa sensación de un latigazo tras otro. Llévame de vuelta a casa, por favor.
O mejor, despiértame de esta pesadilla.
Ĭ