Papel en blanco

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I. Dos


Eran días, y ya habían pasado muchos sin que nos diésemos cuenta. Eran días, y ya quedaban tan pocos que los contábamos con los dedos de las manos. Eran abrazos, y perdimos la cuenta; volveríamos a caer en ellos. Era Madrid, una ciudad llena de ilusión de esa que reúne a la gente, de un Sol que nos mantenía allí, aquí, en cualquier parte del país, del mundo. Un Sol por el que luchar, una solución que perseguir. Y eran unas manos que se alzaban, que pedían nada más que aquello que sus abuelos les habían dado tras sudor, lágrimas y sangre. Eran manos de todas unas generaciones nuevas, y otras no tan nuevas. Eran manos que aún tenían ilusión, utópicas tal vez, cuanto menos realistas, que se reunían en silencio y colaboraban juntas. Despertaban, que se decía. Y era Madrid quien unía, hacía despertar y no dejaba dormir. Eran Getafe y Leganés, y muchas más. Y eran personas de fuera que se encontraban, como decía Cortázar, sin buscarse.

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