Papel en blanco

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Encuentros casuales Vol. I


-Discúlpeme, sonrisa bonita. ¿Sabe dónde no podrán encontrarme en esta capital de marea azul?
-Buenas tardes señorita. No sé dónde quiere ocultarse, aunque la comprendo.
-Lo más lejos posible. No pregunte el motivo, pero sabía que me entendería.
-Por favor, no me hable de usted, que siendo joven me ruborizo fácilmente.
-Qué gracioso eres, sonrisa bonita. También puedes hablarme de tú.
-Muy amable, siento no poder ayudarte.
-Creo que puedes. De hecho, siendo sincera, has hecho que esta calle sea confortable.
-No seas irónica. Gracias igualmente, es un placer.
-De nada, sonrisa bonita. ¿Adónde decías que me llevabas?
-Veo que no te andas con rodeos. ¿Estás segura de que quieres mi compañía? Hay mucha gente en esta calle.
-Sí, en el mundo hay demasiadas personas. A mí sólo me interesa una.
-Espero que no lo digas por mí. Pienso marcharme.
-Non, tu ne peux pas partir.
-A mí también me martirizan. Y quiero conocer más mundo, no me lo van a impedir.
-No tengo la menor duda de ello, pero, antes vayamos a tomar algo. Será interesante.
-Tengo la misma impresión. Aunque tienes demasiadas esperanzas puestas en una sonrisa bonita, como decías tú.
-¡Eh! ¡Para! No hace falta que me ridiculices, ya me voy, y no te molesto más.
-Tranquila, no era mi intención echarte. ¿Vamos a por ese café?
-Bueno, quién dice café... Habla de un chocolate caliente, ¿no?
-¿Cómo no te puede gustar el café? ¿Y qué haces en las noches de enero, sobrevivir a base de red bulls?
-Es tan sencillo como yo, sobrevivo a base de chocolate.
-Señorita, me sorprende. Tengo ganas de ese chocolate.
-Yo tengo ganas de conquistar ese rincón de la cafetería, y que sea nuestro.
-Sí, esa luz roja es el mejor sitio donde ocultarse. Aunque lo mejor de todo, como ya sabrá, es su compañía.

Buscando entre recuerdos


Volvía a casa, y escuchaba la misma música. Las canciones se reproducían una y otra vez, y nunca llegué a cansarme de ellas como de aquellos hits que se bailaban en un verano y nunca jamás sonarían de nuevo. Qué triste. Pero aún más triste resulta no poner música que te lleve a palabras, a personas, a días de tu vida que compartiste con ellas, por el simple hecho de que quedó atrás.
Sigo aprendiendo, una se siente bien diciendo no, no a ritos sociales, y a compromisos. No usar palabras banales para complacer. Una tiene que autocomplacerse, y cuidarse, porque pocas personas lo harán. Aún duele, somos humanos y sabemos que la vida jode. Ya sé cuánto gusta saborear la victoria, ojalá no existieran las derrotas, pero es imposible. Siempre optaré por la misma opción improvisada; atraer lo inesperado. Una vez, una pequeña personita me dijo claramente que atraíamos a lo improbable, y cada vez, le creo más.
Mis recuerdos ocupan una cuarta parte de mi mente, y estoy reseteándola constantemente. Guardo lo relevante, lo que ayuda a seguir adelante, lo que evita que recaiga en sombras, incluso mis propias sombras que me obligan a despertar cada mañana recordándome que ya fueron, llegándome a absorber, pero ya no más.
Y la música, grandioso arte, vuelve a mí envolviéndome en un mundo diferente en cada melodía. Creando un presente de cada pasado. Haciéndome crecer, y creer, que los estados de ánimo han de estar acompañados no sólo por colores. Por música. Canciones de toda una vida. Compilaciones de CD's que forman la mía.

<< Piensa en verde >>  Escribe en verde.


Att: la chica de las uñas verdes.

Vuela, pero no vuelvas

¡Eh! Sí, tú. Querida cara bonita, gírate. Mírame a los ojos. ¿Te preguntas qué sucede? No, no pongas esa cara de ingenua. Ayer te dejaste la memoria olvidada. Quise recuperarla, pero pensé que no debía dar tanto por ella, había una barrera de fuego que traspasar y no me encontraba por la labor. Perdóname, pero tienes que entenderlo. No, no digas nada. Sé que no te importa lo más mínimo, que si lo hiciste, fue porque ahora no querrías saber ni tan siquiera mi nombre, ni el de nadie más. Ni el tuyo. Y eso me sorprende, ningún sábado te había visto hacerlo. ¿Qué pasó? Vale, espera, no tienes que contestar. Tus ojos ya están diciendo que no te apetece mencionar el tema. Estaba preocupado. Por no decir, que decepcionado y enfadado. Imagino, que como tu memoria, todo queda atrás. Te dejaré distraerme de vez en cuando, pero no te pienses más, sólo eso. Podremos dormir. Sólo eso. Y tú podrás soñar tranquila. Sé que no puedes hacerlo si duermes sola, y, prefiero estar seguro de que los fantasmas de tus pesadillas quedarán fuera. También olvidados, como muchas personas más. Eh, tranquila, sí, me quedaré, sólo por las noches, pero me quedaré. No te inquietes, lo estás logrando. Poco a poco, ya sabes, todo poco a poco. 

Hablemos de miedo.


El pánico a las alturas. Ese que se siente cuando estás a punto de tirarte al vacío, a un precipicio. Justo antes de tomar una decisión. El que aparece cuando existen los dependes. Depender de, el peor de todos. De personas, de esas bipolares. De esas que necesitan mimos. Miedo de no dárselos. Miedo de darles demasiado. Miedo de dejar atrás, de olvidar, de que te aparten de su camino, del rechazo en sus rostros. Miedo a la propia incertidumbre, a la aventura. Ojalá nos reencontremos, y no volvamos a sentirlo hasta que uno de los tres desaparezca por esa puerta. Lástima, él se quedará con nosotros, en nuestras sombras. En todas nuestras noches. Y brotará de nuestras mentes, inesperadamente, haciéndonos sentir verdadero pavor. Te atormentará hasta que lo superes. Ese miedo al agua, por no saber nadar. Perderte en un mundo, en el que no te enseñaron a vivir. Miedo a los cambios. A decepcionar. A irte sin regresar jamás. A sentir. Sentir el agua en cada poro de tu piel. Sentir que la vida te lleva a los pequeños placeres. Sentir que te traicionarán. Ese miedo que nunca se irá. Hay que tener cuidado, y alejarse de las necesidades. Aún más cuando estas necesidades se conviertan en nombres de personas. Y miedo, de caer en los vicios. Miedo. Palabra de dos sílabas. Cinco letras. Tres vocales. Dos consonantes. Un sustantivo más. Una palabra difícil de definir. Demasiado fácil de sentir. Miedo a ser mordido. Miedo de depender, de depender de palabras. De ojos. De brazos. De piel. De pies que hacen camino al andar.

Deseos y más deseos

Dientes de acero, aún siguen surtiendo efecto. No hay palabras que embelesen, que encandilen como mis ojos lo hicieron una vez. Ya no se miran a los ojos, saben mentir con ellos, prefieren seguir parpadeando, manteniéndolos cerrados, cegados. Las voces dulces, dicen, son las más sutiles, que transmiten esa sencillez que poseen, que asombran a quienes las escuchan. Si al menos alguien escuchara... Las ondas se expandirían, las paredes y murallas se desplomarían. La palabra sería la fuente de aquellos sentimientos que florecen con miradas, pero, mienten. Ojos, iris, párpados, pestañas y boca, lengua, dientes, labios se alían, juntos, pretenden llegar lejos, sin llegar a ninguna parte. Así no funciona, it doesn't work, sigue buscando, quema cartas, letras. Y siéntete a ti mismo. Encuéntrate en aquellas palabras ajenas que tanto ansías. Deja aparte las tonterías, arriesga, y a ser posible, gana. Es difícil cuando ya no se regala nada. Ni siquiera una mirada, se rechazan. Querría encontrar buena conversación, de aquellas inexistentes, que llenan sin tener que decir nada, unos brazos abiertos que comiencen con un saludo, y se despidan con un hasta luego. Ojos abiertos que sepan apreciar, un hola mañanero. Ojos cerrados que disfruten de la inocencia, de esa que ya no queda, que a veces, sólo a veces, aparece. Muy de vez en cuando. Cuando dos personas igual de inocentes, disfrutan entre ellas y no, no con besos de contrabando, con palabras. De aquellas que ya no quedan. Encenderé una vela. Tal vez aparezcan. Si se quema el papel, vendrán a por refugio. Aquí tienen donde quedarse. Tal vez, se queden más tiempo del pensado. Tal vez, si las tratamos con cariño. Tal vez, sólo tal vez, si no mentimos. La llama aún resiste, quizás quede esperanza, de esa roja, que no verde, del rojo de la pasión, aún se puede dejar esperanza, en asuntos del corazón, en la pasión.


Hojas de otoño

Caían, poco a poco. Aquellos meses de verano quedaban atrás. Aquellos maravillosos años. Aquellos recuerdos que volvían disfrazados de películas. Cinema Paradiso. Quién volviera a la infancia. Me encantó ese último libro. Segundo año. ¿Quién lo diría? Y ya todo es nuestro. Controlamos nuestros movimientos, nos dejamos llevar. No me mires así, sabes que es cierto. Es una contradicción correcta. Elegimos andar o pasear, soñar o recordar. Volar o caminar. Y ya es segundo. Un segundo otoño, una segunda oportunidad, un segundo más, ahora uno menos. Ey, tranquilo, no te atormentes, que aún tengo en mente primero. Aun así, es el primer día de otoño, de un otoño que nos hace renacer, despertar por primera vez. ¿Dónde? En una cama distinta, con otras vistas. No sé si volveré, nunca lo sé, cierto, como murmullas, hasta el último momento no lo sabré. Como siempre, y para variar. Amaneceres. Sigues haciendo los mismos comentarios, y no, no me aburres. ¿Te sorprendo? Claro, los míos son más ingeniosos. ¿Ahora te das cuenta de que crecí? Estoy orgullosa de mí. Vaya, veo el primer verano como una tontería. Y qué razón que tienen algunos discursos. Una vez, hace muy poco tiempo, me escribieron sarai piu felice. Estaban totalmente en lo cierto. Quiero volver, pero prefiero volar.

Quién te diría

Que aquel día en el que julio terminaba, y agosto aullaba con ganas de salir a la vez que la luna, íbamos a hacer un viaje sin retorno. Montamos, ya lo sabes, en un coche, que nos llevó a un tren, a un metro desorganizado en el que era fácil caer escaleras abajo rodando con dos maletas, después le tocó el turno al avión, vimos un par de aeropuertos en un día que parecía que no acababa, y llegamos a una estación donde perdimos el norte, el sur, la concentración, y conocimos la ciudad del amor, o así la llamaban, París.
Un austríaco despistado nos llevó en underground, en tren, y caminamos hacia la suite más hermosa de todas, en la que teníamos que poner nuestro propio colchón.
Quién te diría, que no ibas a regresar. Quién sería aquel chiflado que te saludaría al entrar, y te diría que 3 weeks, iba a ser toda una vida. Y en ese momento, no le creerías.
Que a la mañana siguiente, una veintena de desconocidos, se iban a convertir en cuarenta brazos que nos iban a acompañar durante el resto del camino, en noches al lado del Danubio, en madrugones innecesarios, en comidas que pasarían a ser un Could you pass me nutella, please? Yes, the big one. Thank you. Que esos cuarenta brazos, también estarían en horas de transporte público, en performances en el TUWI, en intercambios de palabras malsonantes. Un ¿qué coño pasa? incesante.
Quién te diría que presenciarías la primera salida de fiesta de una persona asiática a sus veintidós años, la primera vez que unas chicas de nacionalidades diferenes cocinan juntas, un primer cumpleaños en el extranjero, un karaoke con canciones de rock y variado, en una pedida de matrimonio de lo más particular, en bailes todas las noches y todos los días, en amaneceres esperando que abran el metro de Viena. Quién te diría que estarías en el primer momento, en el que una persona se siente a sí misma, y se descubre, mostrándolo al resto. Que el teatro formaría parte de tu vida, más allá de actuaciones en lugares cerrados. Que el voluntariado te llevaría más lejos de lo que nunca pensaste, ni soñaste. Que un viaje te devolvería la vida, y te daría miles más. Que nadie esperaba nada.
Quién te diría que todos llegarían a ser los pilares básicos de tu vida, desde el amanecer hasta el anochecer, un grupo en el que cada uno daba su propia esencia, en el que cada uno por sí mismo era elemental. Lo llegamos a saber antes, y hubiéramos pensado que se trataba de un cuento chino, de estos de hadas, aunque sin príncipes azules.
Quién te diría que después de tantas horas, no nos aborreceríamos, que aún necesitaríamos más, que nuestras vidas han dado un vuelco de trescientos sesenta grados. Que nunca antes había conocido tantas pequeñas grandes personas, que apreciaban las pequeñas cosas, que agradecían cada gesto, cada mirada, y lo compartían. Complicidad. Incluso a veces, con personas menos esperadas, que las apariencias engañan y nos dimos cuenta a tiempo, para luego recordar en un viaje a Madrid, tres semanas que aún parecían no haber acabado. Tantas lágrimas en tan poco espacio, tanto sentimiento en poco tiempo, tantas palabras que recordar, tantas letras en trozos pequeños de papel, tantas noches que quedaron, tantos límites geográficos que romper, tanto que compartir, tantas palabras que intercambiar, tanto por aprender, tantas culturas que conocer. Aún sigue siendo el principio.

Quién te diría, que el echar de menos, iba a ser tan recíproco.
Que faltan abrazos. Que el vacío lo llena una página de internet llamada caralibro. 


 

Intensidad



Cera fundida en un día de verano, como un cigarrillo que se desgasta, como fuego ardiente que nace en las pupilas de quienes  ven más allá de las palabras, que son capaces de derretir pasiones tan sólo con la mirada.
Marcas que traspasan las paredes, huellas de quienes ya hicieron camino al andar, magulladuras en la piel que recuerdan el tiempo traicionero y la vida que habitaba en sus labios. Rozaduras, y comeduras de cabeza, hasta llegar a un rompecabezas sin solución, que se convertían en dolores innecesarios de cabeza. Sonidos hirientes que se mezclaban con gestos reconfortantes.
Brotaba la vida, y a la vez sus pasiones a través de ojos cegados, de manos unidas y labios incandescentes que necesitaban los unos de los otros para unirse en aquellos besos. Besos especiales que transmitían ternura, aquellos besos que sentían el deseo más feroz y se atrevían a dejar huellas, hacer ruido, quemar a aquellos que lo sentían, crear mundos aparte, y, disfrutar del chocolate fundido que en una noche de invierno, mientras desaparece a través de las llamas, es capaz de reunir a desconocidos y juntar sus vidas, creando pasiones.

Ella olvida el camino encontrando su sentido

Decían algunos que la vida era difícil de creer...


-Hey, para un momento, deja de leer.
-¿Qué te ha traído aquí, otra vez?
-Vamos, sabes perfectamente a lo que he venido.
-Sí, ahora toca la misma pregunta, ¿cómo te encuentras? –Dijo ella tratando de imitarle.
-El golpe fue muy fuerte. Quiero asegurarme de que estás bien.
-Estoy leyendo, me siento estupendamente.
-¿Los echas de menos?
-A todos. Ya no me sale escribir.
-Y lees para inspirarte.
-Te equivocas.- Rió, y prosiguió la conversación- Leo para evadirme, me siento bien porque  la protagonista de la novela acaba de llegar ahora mismo al culmen de lo extraordinario. La autora supo plasmar cada milímetro de sensaciones casi a la perfección, logrando transmitir hasta el sabor del caramelo. Se me pone el vello de punta.
-Perdona por distraerte, no era mi intención. Me encanta que sonrías así.
-¿Y cuál es el motivo de tu visita? Parece diferente, parece importante.
-Un ofrecimiento, para ti.
-¿De qué se trata?
-Hagamos un cambio. Mi propuesta consiste en que salgas de aquí de este jardín durante tres semanas, que vuelvas a final de mes.
-¿Adónde debería ir?
-A un sitio en el que te encontraras a ti misma, donde no te pierdas, aun sin saber dónde estás.
-Menuda locura me propones. Pero continúa, por favor.
-Desde que sucedió, ya sabes qué, no has parado de pensar en ello, y de darle vueltas a la cabeza. Creo que mereces un descanso.
-Dices que tengo que tomarme unas vacaciones, lo veo bien, pero ahora he de estar aquí más que nunca, mi hermana me necesita. No puedo marcharme.
-Espera, que sigo comentándotelo. He dicho un cambio, tu hermana no se quedaría sola, yo cuidaría de ella, mientras esperamos tu regreso.
-Vamos, pretendes que me marche a la aventura para olvidarme de todo.
-Podría decirse así. Aunque mi intención es que te encuentres, que te sientas bien contigo, ese es el primer paso, después de eso podrás ayudarla. Debes estar en plenas facultades para apoyarla, no dudes lo que te digo.
-Estoy pensando… Tres semanas fuera, ¿cómo sobreviviré?
-Sin dejar que te pisoteen, claro está. Tendrás un abono de viaje, es decir, podrás utilizar todos los transportes que puedas, y también contarás con un coche de alquiler.
-No sé conducir.
-Allá donde vayas no tendrás que saber, lo irás aprendiendo todo. También encontrarás en tu camino varios lugares donde hospedarte, todos ellos están marcados en esta guía. Mira, aquí tienes el abono, esta es la guía, aquí tienes todos los nombres de los sitios, por si te vuelves loca, pero ten en cuenta que vayas donde vayas no estarás perdida, estarás encontrando el norte.
-¿Y si aparezco en Australia?
-Ese será tu rincón, tu sur, tu norte. El centro donde te halles. Sabía que ibas a aceptar. Sólo te falta marchar, con el amanecer, para que el Sol te acompañe.
-Está bien, cuídala mucho. Volveré mejor que nunca, con pilas de repuesto para todo un año, quizás más. –Respondió a la vez que asentía con la cabeza.
-Y recuerda, cuando vuelvas, tendrás que escribir la historia más hermosa que nunca hayamos escuchado. Sabes que será hermosa porque no serán palabras vacías, será una historia real. La tuya propia, sin ir más lejos.
-Tienes mucha fe. Entonces deberé llevarme mi cuaderno, y el bolígrafo verde.
-No lo conviertas en un diario.
-Tranquilo. Las historias reales no tienen por qué ser un diario, no han de ser rutinas que se repitan, iré, y en cada amanecer escribiré la primera palabra del día. Cuando llegue la tarde, y la noche, y se sucedan, cuando el día o los días se hayan acabado porque ya se han vivido, cuando existan hechos preciosos, los plasmaré. Seré como aquella autora que leo. Y me iré sin haber terminado el libro.
-Volverás con uno tuyo, propio. Con mucho más valor.
-Quizás, os lleve conmigo, y no regresemos.
-Eso será maravilloso. Tu hermana se alegraría.
-Lo hará. Créeme, me has dado fuerzas para seguir, para buscarme, para encontrar verdaderamente sentimientos que merezcan la pena, palabras que reconforten, porque sean sinceras.
-Esperaré ansioso noticias tuyas.
-Te llamaré cuando la historia se haya hecho real.
-Al final del camino. Sé que no me decepcionarás. Buen viaje, no olvides disfrutarlo.

Maquetas que reinventar

Sucede que de vez en cuando la tela de araña se hace más resistente y olvidamos las vivencias que están metidas en el desván. Sucede que, alguna que otra vez, olvidamos pequeños placeres que la vida trae ante nosotros sin que los pidamos, y son éstos los que más felices nos hacen. Hay palabras que nos cautivan en una noche de estrellas contaminadas, y es entonces cuando no nos damos cuenta del halo gris que las cubre. A veces ocurre que las personas más importantes en nuestras vidas son las que menos aparecen en ellas, pero nunca dejan de parpadear. Y son amigos, aquellos que se pueden contar con los dedos de una mano. Sucede que a veces olvidamos nuestra propia existencia, y otras veces, olvidamos la de los demás. Sucede que la paciencia es intermitente, y la tendríamos que tener más en cuenta. Tendríamos que tener más en cuenta esas vidas parpadeantes que aparecen de vez en cuando, pero que parpadean siempre. Somos humanos, nosotros mismos, y nos equivocamos. Nos dejamos llevar. Sucede que de vez en cuando necesitamos un abrazo subido de tono, pieles que nos hagan temblar, corazones que palpiten tan sólo al vernos, caricias que desemboquen en sonrisas ajenas. Sucede que, otras veces, damos demasiado por conseguir aquello que ansiamos, sin tener en cuenta aquellas vidas parpadeantes que están con nosotros. Sucede, también, que el tiempo pasa y llena de recuerdos el desván. Sucede que, de vez en cuando, hay que desalojar ese desván, mudarse, y dejar marchar, arrojar recuerdos al mar, que los cuide la marea. Sucede que nos alejamos de nuestras propias miradas. Sucede que crecemos.

Amaneceres a las 6am.

Se desnudaba. Cada rayo de sol cubría su reluciente cabello haciéndolo brillar más aún. Y sus huellas se borraban con el paso de la marea. Atónitos, ni tan siquiera podían parpadear ante su presencia. Perplejos, esperaban la sucesión de sus movimientos, su figura se disipaba, la querían arrestar, traerla consigo, mas eran incapaces. Ella, era ahora quien controlaba esos escondrijos bajo cada poro de su piel. Ella y su piel. Ambas se mostraban impasibles. Placeres carnales que apenas alteraban sus latidos. Creía controlar parte de sus emociones, creía verse tan impasible, tan omnipotente, que olvidó ser fría e insensible. Piel que sentía cada latido, que rozaba el cúlmen de lo deseado, que acariciaba desde la lejanía corazones rotos. Y les regalaba la vida. Ella seguía de paso, sin encontrarse, sin buscarse, y mantenía la templanza en esas aguas oscuras que le quitaban la vida poco a poco, para después, ir dando parte de la suya propia. Mientras la brisa del viento acariciaba su espalda, se preguntaba si alguien sería capaz de pedirle un pedacito de ese rinconcito del que nunca había podido desprenderse. ¿Sería alguien capaz? Si nadie se atrevía a acercarse a escuchar siquiera. Si su presencia era tal que imponía a trescientos metros. O más. Y nadie le diría nada aproximándose, tan sólo se quedaría en un rumor, que se convertiría en el eco más profundo que al desgastarse, llegaría a liberar la voz. Se liberaría su voz, su piel, y ella sólo tendría que rendirse cuentas a sí misma, que después de todo, es lo que verdaderamente quedaría. Su piel sin protección. Sin ataduras. Sin correas. Sin armaduras. Sin rejas. Sin cuerdas. Ella en su más plena esencia.

Yo también odio todos los veintiochos

No me gusta que el Sol se ponga para marcharse luego. Que la noche sólo quiera a la Luna, y nosotros sólo a veces podamos disfrutarla porque nos obliga a dormir. No me gusta despertarme sabiendo que voy a dormirme más tarde, y más tarde ya habrán pasado cinco días, y el 28 es el de despedida. Como siempre. No me gusta nada. Y menos aún entrar por la puerta y ver nuestra habitación, que ya no será nuestra. Llamar al timbre de la 515 y de repente pensar que será de las últimas veces que me pase a molestar, que no hay vuelta atrás, ni opciones de parar el tiempo. De detener el mundo, y bajarnos. Mucho menos me gusta este ambiente de dejar Madrid. Aún menos, que Lola recoja sus cosas, para marchar. Que la habitación se va quedando vacía, y ya me tocará a mí. Y no me gustará. Dejar la 517, para despedirnos de Madrid. Y para Getafe, un hasta luego. No me gusta escuchar gritos arrulladores de alegría y carcajadas que parten de tonterías cuando estudio, y mucho menos me gusta saber que quedará lejano. En un final del 2010 y un comienzo de 2011. En un primero de doble grado aprobado, y terminado. No me gusta dejar las cosas a medias, pero parece que no soporto acabarlas. No me gusta saber que el verano son tres meses. Que empieza en un 28 de mayo.Y vuelve a terminar en un 28 de agosto. No me gusta saber que ha sido un mes, pero se ha exprimido al máximo. No me gusta bajar a comer tras una noche de luces por Madrid, y tampoco me gustan los murmullos, pero menos menos me gusta saber que no despetaremos juntas, que ya no será primero, que las noches se recuerdan entre tres, o cuatro, o seis. No me gustan las despedidas, nunca me gustaron, y no soporto saber que el veintiocho se darán todas juntas. Que el domingo huele a casa, aunque yo vuelva un martes. No me gusta poner lavadoras porque me da pereza tender, aun así aprendí a utilizarlas, y no me gusta recordar que quedó en primero, en las dos primeras semanas, cuando llamábamos a mamá para que nos ayudara, aunque no estuviera con nosotros. No me gusta ver que ya no habrá más timbrazos, a altas horas de la madrugada. No me gusta recordar cuánto me gustaban esas conversaciones filosóficas sobre mundos, "el amor que es la fuerza de todo", y nuestras carcajadas al escucharlo. No me gusta el horario que mantuvimos desde el principio, menos me gusta saber que nos acostumbramos. No me gusta haberme malacostumbrado a tantas cosas, nunca había dormido tanto, nunca había dormido tan poco. No me gusta sentir que el aire se vicia. No me gusta escuchar canciones que hablan tanto de nosotros. No me gusta decir no, para luego acabar en sí. No me gustan los cambios de principios. No me gustan muchas cosas más. No me gusta Andrea y su "yavoy!", porque viene media hora más tarde. No me gustan los piques de enfados tan frecuentes con Pablo, por mucho que parezca que nos encantan. No me gusta haberme aprendido tan tarde la 251. No me gusta que las personas dejen de hablarse. No me gusta Berta y su tuentiadicción. No me gusta Estefanía y su obsesión estudiantil. No me gustan Tere y sus prácticas de lunesymartes. No me gusta Darío y su nerviosismo frustrante. No me gusta Lucía y su manía de desaparecer. No me gusta que Adri viva tan lejos, y menos verla tan poco. No me gusta Elenabuh y su manía de estar tanto tiempo encerrada en la biblioteca. No me gusta María y su temperamento borde. No me gusta Blanca, directamente. No me gusta Celia y su manía de estar al corriente de todo, y menos aún que tenga una camiseta morada. No me gusta Sabela y nuestra manía de acabar los trabajos en el último momento. No me gusta Laura y su periodismo deportivo. No me gusta Eric y su disponibilidad. No me gusta nada. No me gusta que no nos escuchen. No me gusta que seamos jóvenes atrapados en el tiempo. No me gusta que el tiempo nos lleve a donde quiera. No me gusta que nos hayamos encontrado, quizás deberíamos buscarnos de nuevo. No me gusta Madrid y su forma de reunirnos, no me gusta que seamos de toda España y nos encontremos en Sol. No me gusta escribir sobre despedidas y recuerdos. No me gusta sentir el cambio, me encanta vivirlo. No me gusta tener que volver en septiembre a clase. No me gustan los abrazos por compromisos. No me gustan los compromisos. Vernos, no será un compromiso. Otro veintiocho más. No me gusta echar de menos. Y menos aún me gusta decirte, Madrid, que te echaré de menos desde el mismo momento en el que ponga un dedo del pie en el tren, desde que coja el cercanías, desde las margaritas-universidad, desde que camine acompañada con la maleta, desde que salga por la puerta de nuestra "FER", desde que pase por conserjería dejando llaves, desde que deje esta casa, desde que baje en el ascensor con fecha de caducidad más que pasada, desde que salga por la puerta cerrando la 517, desde que la 517 se quede vacía, desde que la maleta esté terminada, desde que empiece a hacer la mudanza, desde que la habitación está rara. Y eso es ahora mismo.

I. Dos


Eran días, y ya habían pasado muchos sin que nos diésemos cuenta. Eran días, y ya quedaban tan pocos que los contábamos con los dedos de las manos. Eran abrazos, y perdimos la cuenta; volveríamos a caer en ellos. Era Madrid, una ciudad llena de ilusión de esa que reúne a la gente, de un Sol que nos mantenía allí, aquí, en cualquier parte del país, del mundo. Un Sol por el que luchar, una solución que perseguir. Y eran unas manos que se alzaban, que pedían nada más que aquello que sus abuelos les habían dado tras sudor, lágrimas y sangre. Eran manos de todas unas generaciones nuevas, y otras no tan nuevas. Eran manos que aún tenían ilusión, utópicas tal vez, cuanto menos realistas, que se reunían en silencio y colaboraban juntas. Despertaban, que se decía. Y era Madrid quien unía, hacía despertar y no dejaba dormir. Eran Getafe y Leganés, y muchas más. Y eran personas de fuera que se encontraban, como decía Cortázar, sin buscarse.

Andes donde andes, I'll stand by you.


Encontrar señales de arena que indican un camino a seguir. Romper las cadenas y permitir que el oleaje disperse las huellas. Desconocer la ruta, y seguir adelante. Como en la vida misma, como aquellas paredes que van cambiando, pero siemrpe serán cuatro. Cuatro paredes de una habitación, que a veces son verdes, azules, amarillas, rojas, lilas, blancas. Y otras grises, aunque de éstas hay menos. Cuatro paredes que acaban siendo las mismas en cualquier parte, porque en cada parte, existe un pedacito que sabe trasladarnos a casa. Una casa que no se ha construido especialmente para nosotros, por la que ya han pasado varias generaciones, aun así, parece que nos ha esperado, desde siempre. La vida, que se encuentra entre varios tabiques, entre muros pintados y reformados, nos invita a salir de ellos, a hacer nuestro todo lo que hay fuera. Que hay mucho. Y regalar suspiros, para encontrar corazones, y después de unas horas, volver a encontrarse, porque quieren, porque disfrutan juntos. Andar sin buscar. Hallando así lo más buscado. Encontrando cobijo, en cualquier lugar, donde lo más valioso está entre paredes. Son pedacitos de historias, de vidas, de lazos que se entrelazan y crean nudos inquebrantables, de muestras de aprecio que quedan en el contacto humano. Paredes, que sean las que sean, vayas donde vayas, serán todas como una casa. Una casa en todas partes, en cualquier lugar, en el campo o en el mar, en el norte o en el sur, en el sur del centro, o más allá al oeste. Porque hay veces, que pertenecemos a ningún lugar, pero en días como este, pertenecemos al mundo, donde haya un corazón que nos invite a quedarnos.

Sobre mi cabeza.

Estaba en medio de un pasillo, donde todos cogían sus maletas para dejarlas caer, y más tarde, recogerlas y marchar con ellas. ¿Adónde? Al fin del mundo quizás. O al infierno, allá donde su billete de ida sin regreso les permitiera el acceso. Mi puerta estaba bloqueada, la cerradura no se dejaba manipular, shit. Quería, desaparecer por unos instantes, hacer autostop cerca de la entrada de casa, y que unos extraños se apiadaran de mí, que me entregaran a comisaría si así lo deseaban, que hicieran conmigo lo que se les antojase porque tenían mi permiso. También me hubiera gustado amanecer en el primer prado que hubiera a la derecha, al lado de una rotonda donde el final sería quedarse enredado en ella, entre árboles de colores que ayudaran a respirar. Sucedía, que el cansancio asfixiaba y los papeles aún más. Olvidaba decir que, todos tenían sus maletas, y en una de sus manos, entre sus dedos, papeles, cartas, papeles, facturas, papeles, que no eran capaces de tirar, ni de hacerlos desaparecer. Y yo quería. Pretendía evadirme tal y como el día avanzaba, para a los cinco segundos no ser persona, no tener que pensar, ni decir, ni hacer, ni preocuparme, ni lamentarme, y mucho menos rogar o tener miedo. Bah, el mundo y sus locuras. Aunque las mías eran especiales. Algunas personas lo sabían, para ellas no era invisible. Y yo quería convertirme en uno de esos pájaros que revolotean sobre mi cabeza, porque aún era pronto para pensar que quedaba un mes, para que todos cogieran su maleta. Y tomaran su rumbo. Mientras tanto, yo me quedaba con el miedo como compañero, hasta que las malas ideas sucumbieran, hasta ver, en el último momento, la forma en que todo se quedaba grabado como pisadas en la arena. La puerta se mantenía sin abrir, demasiado tiempo y tan pocos aciertos, cerradura encajada, bromas forzadas, nervios y apatía. El bloqueo mental. Dichosa barrera tan difícil de traspasar.

Letras borrachas.


Sintonizaba la misma emisora al volver de madrugada. Se quedaba tumbada en la cama, atenta a esas melodías como si cada palabra estuviera dedicada y, delicadamente, cuando era el turno de una canción con la que se sentía identificada, apagaba la radio y, automáticamente, encendía el portátil. Entonces, a las seis de la mañana elegía su propia música, aleatoriamente. Las letras hacían que se evadiera de todo y todos, pero no desconectaba, y comenzaba a pensar cómo escribir algo que le resultara indiferente. Una tarea realmente imposible, se decía entre dientes. Alguna que otra noche, al volver de madrugada, también se conectaba, con intención de descubrir qué decía el mundo, qué ocurría a dichas horas: la gente llegaba borracha a casa. Era divertido, luego no se acordarían, pero ella lo recordaba todo, hasta lo que desaría olvidar con todas sus fuerzas. Y eso que, alguna que otra vez, ella también había vuelto ebria, y ni siquiera así olvidaba, aunque ella no bebía por olvidar, ya sabía que no funcionaba. Al parecer, una noche, a las 4am, sintonizó la emisora, como siempre hacía, pero esta vez fue diferente, había alguien que captaba la misma frecuencia. Desconcertados, se comunicaron por curiosidad. Y efectivamente, comprobaron que captaban la misma frecuencia, que se encontraban en la misma onda, y era cuanto menos curioso. De vez en cuando había encendido el portátil para ver qué decía el mundo, pero, desde ese momento lo encendía con tal de intercambiar palabras, delirios en una madrugada, que son difíciles de compartir, y más aún comprender. Se dieron cuenta de que vivían en una realidad parecida, y era tremendamente complicado buscar, para luego encontrar, esa sintonía de nuevo. Una emisora que no iban a permitir que se desconectara. A veces sólo bastaba que una palabra fuera escrita, con letras borrosas, para que el recuerdo no se borrara. Más tarde, las manos tenían que bailar, y los dedos descoordinados, marcarían el paso por el teclado, y la ventanita en blanco se transformaría en entendimiento. Ella se alegraba y dedicaba algunas letras de más, que sabía perfectamente, que eran insuficientes, pero, que sería un comienzo, iniciado por una D. Y se iba a dormir.

Bonita.

-Tú eres muy bonita.
-¿Qué me hablas, loco?

-No hablaba contigo, preciosa.
-Pues ya me dirás... No si la loca al final seré yo.
-Estoy loco.
-¿Y qué importa?

-La vida me enloquece.
-Ya sabes que a mí más.
-Sé que no volverás.
-¿A calles perdidas para recordar?
-Que el tiempo se nos va.
-Aix... la vida.
-Chica, sigue viviendo hasta que tu cabeza esté vacía. Y hasta que tu cuerpo te pida que ya no más.
-La vida enloquece.
-El tiempo se nos va.
-Y aquí nos ves, compartiendo una luna sin sentido, con unas estrellas oxidadas. Hemos vuelto.
-Es que ya no había más tiempo para poder perderlo.

Desconciertos


Acurrucada cada día en la hamaca amanecía. El sol me trasladaba al paraíso. El paraíso estaba cubierto por una capa transparente. Vivía en una burbuja. El mundo sonaba en el exterior. Con la radio apagada, desconectaba. Un simple off y ya podía decir adiós a las ataduras. La quemazón me estaba superando. Necesitaba agua. Y no, no había nadie cerca con una botella. Siempre prefería caminar con los ojos cerrados. Cada día notaba más esas cuerdas. No escuchaba lo que decían las dichosas noticias. Tampoco hacía falta. Lo sentía. De vez en cuando, unas voces me preguntaban el qué. No sabía qué responder. Nunca supe reconocer sentimientos. Sólo podía afirmar que el exterior estaba demasiado lejos. Aun así seguía desconociendo el porqué. ¿En qué momento escapé de las palabras? Ah, sí. Cuando encontré el botón exit. Qué pena. Ya no lo recuerdo. Y dudo que pueda volver a encontrarlo. Una vez y ya. Sólo una. A veces perdía oportunidades. ¿Y si estoy aquí, qué perdí? Quiero pedir una hamaca nueva. El mundo sigue sin escuchar. Cada día, veo más cicatrices. ¿Serán todas imaginaciones mías? No soy una persona excesivamente pesimista. Así que no creo habérmelas inventado. Existen. Aquí no hay nada. Una hamaca. Una playa. Cabañas. Y se sueña bien. Tranquilidad sin artefactos que hacen puuuuuum!! Y explosionan. El telescopio te acerca a la realidad. Venden y compran armas. Me vuelvo a mi hamaca.
Hoy no quiero saber más.
 

                                          

Y qué harías


- Nada. No lo sé. Quizá inventaría palabras, pero me parece poco. Así que... nada.

- Qué chica más aburrida.
- Embaucarte. Soñarte. Conquistarte. Tentarte. Sonreírte. Abrazarte. Engañarte. Acariciarte. Desgastarte. Tenerte. Calentarte. Comerte. Marearte. Mimarte. Atormentarte. Darte escalofríos. Morderte. Rozarte. Sentirte. Tocarte. Besarte. Marcarte. Sorprenderte. Disfrutarte. Estremecerte. Atraerte. Masajearte. Follarte. Confundirte. Lamerte. Poseerte. Mirarte. Degustarte. Saborearte. Encantarte. Palparte. Sonrojarte. Manosearte. Estrujarte. Envolverte. Satisfacerte.

Cosas que recordar una mañana.

Me gustaba esa manía tuya de entrar sin preguntar, entrar en las vidas sin salir de ellas por mucho tiempo, y no mentiré, me gustaba aún más cuando te quedabas en la mía. Me gustaba despertarme sabiendo que ibas a estar siempre, que tus brazos siempre estaban dispuestos a abrirse para dar calurosas bienvenidas un día sí, y otro también. Además, las clases se hacían más cortas, los descansos volaban cuando estabas, y cuando te ausentabas eran pequeños infiernos eternos. Nunca viene mal un abrazo sincero, y es que, chico, esos eran tus preferidos, tanto como los míos. También me gustaba que vinieras a buscarme, que te preocuparas, tan sólo que me hablaras, que me prestaras más atención que a cualquier otra presona, y lo hacías, con creces, me tenías excesivamente consentida, pero yo adoraba esos momentos, y más, cuando resaltaba en ti esa característica que te hacía ser el niño que fuiste, que no dejabas que nadie cayera en la simple tentación del caer, porque había que levantarse siempre, aunque fueras una persona que ya había caído lo suficiente, pintabas caras sonrientes allá donde ibas, y la gente te apreciaba, y yo más. A mí me gustaba. Me gustaba que cantaras, dijeras, murmullaras, cosas absolutamente sin sentido, porque lograbas que lo importante perdiera valor, y mostrabas lo genial que eran las cosas pequeñitas, como un barril. Había momentos de dolor, en los que no me gustaba mirarte a la cara, porque la culpabilidad no es buena de ninguna manera. Y a mí me gustaba esa inocencia que salía a borbotones de tu mirada, esos ojitos de corderito degollado que no se merecían perder, no se merecían amar y no ser igualmente correspondidos. Y me gustaba cuando éramos mejores amigos, cuando inventábamos cosas, cuando las sorpresas eran las mejores siendo los mejores entre nosotros, que nadie sabía lo que se podía sentir, y nosotros nos sentíamos bien, por encima de todo, me gustaba que nos sintiéramos bien. Y lo hacíamos.

Con-decoraciones.

Tanta basura, y tanta tontería.
Tanta estupidez, y tanta confabulación.
Tanta suciedad y tanta hipocresía.

Nadie habla. El silencio inunda la habitación. Algún que otro tenue silbido suena, y se va apagando. Se escucha cómo la música deja de sonar. El parón de la vida resulta extraño, y sólo se puede percibir algún que otro grito ahogado.
Hablando del final del mundo, y sucede ante los ojos de todos, y nadie hace nada. La minoría se queja, la mayoría se asusta. Será culpa de los políticos. Será culpa de las malas gestiones, será todo obra de Estados Unidos. O de Alemania. No, ahora es el turno de China. Esos chinos tan avanzados... O los japoneses, a lo mejor se forma una alianza. Igualmente, no hay que preocuparse por esto último, no pasará, dos personas no firmarán un pacto sin saber previamente la traición que llevarán a cabo. Casualidades. Coincidencias. El mundo es rosa, la vida es bella, y todos los humanos unos gilipollas que lo creen. No hay más que ser persona y saber, de estrategias, para pisotear a otras. No hay más que utilizar los párpados y cerrarlos, para no ver lo que rodea a esta pancarta de colorines de la que se disfruta cada día. No hay más que preguntarse el por qué, cómo llegaron hasta ese nivel, cómo la construyeron, con qué palabra y a quién le regalaron esa fabulosa sangre púrpura, que ha dado tanto poder. No hay más que articular palabra, pronunciar cada sílaba con valor, para decir lo que uno piensa de manera clara y precisa. Sólo hay que quejarse multitudinariamente. Tan sólo hay que pensar. Sólo hay que hacer un pequeño esfuerzo, y desmantelar el perfecto comedor que está en venta, donde el menú se sirve frío.



Wake up.


Al mediodía de un domingo soleado sobre unas calles pasajeras. No puedo gritar, ahora no, la garganta me duele y sonará vacío. Estoy en una de las ciudades más transitadas, una capital, que nunca duerme, una Gran Vía que a las cuatro de la mañana parece que no ha pasado de la hora punta al ir a trabajar, si no fuera porque la oscuridad increpante lo delata. Es tarde, seis meses de retraso. Aún recuerdo pisadas en la arena, lágrimas caídas en una noche que nunca tuvo que reunir tantas palabras. Ahora, intentando conocer otros planos, deslizo mis dedos por unas vías de colores. Señores, sí, estamos en una punta casi desconocida, y volveremos sin problemas. Un resplandor se asoma por la ventana, los ojitos me brillaban, había vuelto la luz, por fin. Y estaba cansada, agotamiento mental, que decían. Hasta que el despertar provocó que las nubes se disiparan.
Ya es hora, decían algunas mentes. Hemos llegado hasta aquí y vamos a disfrutarlo. Aunque, de momento, me valen unas vacaciones, un bloqueo del cerebro durante una semana, para volver con más fuerzas. Que el despertar se llama Madrid y más de uno está adormilado. Mientras tanto, mayo se acerca.

Hablemos de tiempo.

Aquel que aparece, y se desvanece. Ese que tanto me gustaría congelar en determinados momentos, ese presente que me atormenta, que me agobia por el simple hecho de ser pasajero, a la vez que da esperanzas cuando una se siente cansada, y necesita, simplemente, que transcurra.
Cansada de las limitaciones establecidas, a las que cada uno se apega como si de una casa se tratase. De escuchar que no hay ilusión, que sólo son entretenimientos, o metas de un día o una semana. De ver que nada tiene valor en un mundo de humanos donde cada uno intenta conseguir una mejor posición, aunque no valga la pena. A pesar de que todos acaban en el mismo lecho.
Agotada de tolerar, a pesar de que el tiempo acabe pasando factura. De sentir que el tiempo se escapa, como todos, y sentir la impotencia de no actuar, dejándole que me arrastre con su corriente, llevándome a extremos desconocidos, siguiendo el curso del río sin poder ir a contracorriente, y aceptarlo. No.
Es fácil idealizar, y mucho más sencillo crear mundos paralelos donde la mentira siempre está en el aire. Ser consciente de que, aquellos que no son capaces de sobrevivir, no son cobardes. Razones dan y sobran.
La monotonía. De una humanidad que no se detiene, que da asco. Que reprime, que no se atreve a luchar, porque todo está dado. Donde las amenazas siempre están presentes. Y odio ese presente. Y más odio ese pasado que nadie mira, que nadie es capaz de sentir que regresamos hacia atrás con una velocidad vertiginosa, que el control está en auge, y no somos más que víctimas de una sociedad, atados a nosotros mismos. Penoso.
Muchedumbre, que no hay otro nombre. Donde va el grupo, se dirigen todos. Por miedo, porque uno no es capaz de decir lo que piensa sin pelos en la lengua, por ética, por moralidad. Qué sé yo. Ya ni el cariño, ni el aprecio. Porque hay cosas que suceden, que sabemos que pasarán, y no es por el secreto de pensar una cosa u otra. Tiempos de aburrimiento donde todo ha de ser diversión, y estamos aquí repitiendo semana por semana, sin crear un año que no tenga repeticiones. Una se cansa de las reiteraciones. Y de vociferar que odia que el tiempo se apodere de todo, de nuestros propios pensamientos. Llegándonos a consumir.

Llamadas de desesperación.

-¿Dónde estás?
-Ahora no me encuentro disponible. Deja un mensaje después de esuchar la señal. Piii.
-Sólo quería darte las gracias, decirte que sin tu apoyo no hubiera llegado a tener tanto miedo. Te preguntarás el porqué, o no, quién sabe. Es la última vez que voy a marcar este número, es la última vez que voy a decirte que estaré ahí cuando lo necesites. Y créeme que es cierto, no mientas, no te mientas creyendo que puedes controlar todos los movimientos. Ya perdiste una vez. Y no vas a ganar, ni una. Quizá sea demasiado brusco, o suene con rencor, pero créeme, que sabes que soy incapaz de sentirlo. Tal vez, te vuelva a ver, porque el mundo es muy pequeño, y me lo voy a comer entero. Pero no te esfuerces, no comprenderías que las palabras son comunicación, que los gestos, se desgastan, y te quedas atrás, en el último lugar, en la última posición de esta carrera que desemboca en el mismo sitio. Hoy beberé agua, zumo con naranja, y brindaré por todos los jóvenes, que no saben qué hacer con sus vidas. Brindaré mucho, por lo que se ve. Y por mí, en primer lugar. Porque, soy tan importante para mí que no es necesario que alguien me lo cuente. Que yo, ya lo sé. Muchas gracias por tu atención. Algún día, si quieres, te volveré a ver perder.

Parte 3812

-Mentir.
-Capacidades.
-Agradable.
-Recordar.
-Te.
-Sorpresas.
-Tú y yo.
-Ahora.
-Guitarra.
-Eléctrica.
-Azul.
-Nubes.
-Verano.
-Febrero.
-Excusas.
-Interminables.
-Sí.
-A contracorriente.
-Frío.
-Invierno.
-Contestar.
-Revolución.
-Miedo.
-De esperar.
-Olvidar.
-El tiempo.
-Insufrible.
-Eterno.
-Trastorno.
-Discapacidades.
-Psicología.
-Bolígrafos.
-Conversaciones.
-Papel.
-Blanco.
-Negro.
-Música.
-Llorar.
-Y gritar.
-Ver.
-Esperanzas.
-Correr.
-Jadeos.
-Sensibilidad.
-Fuera.
-Habitaciones.
-Vacías.
-Estados.
-Localidades.
-Patinar.
-Siempre.
-Beneficios.
-Mitades.
-Principios.
-Economía.
-Tonterías.
-Libertades.
-Sueños.
-Inalcanzables.
-Un millón.
-De suspiros.
-Ganas.
-De sentir.
-Seises.
-Dados.
-Sollozos.
-Suerte.
-Ilusiones.
-Mentiras.
-Abrazos.
-Reconfortantes.
-Silbidos.
-De auxilio...

Parte 3658

-Caramelo.
-Sandía.
-Bonito pelo.
-Bonita sonrisa.
-No te equivoques... Caramelo.
-Dos.
-Treinta y cuatro.
-¿Por qué?
-Así te veo mejor.
-El mar y mi playa.
-La mar, más poesía.
-Profesor.
-Letras.
-No, números.
-Bu.
-¿Ña?
-Ajá.
-Suena perfecto.
-Escucha música.
-Te falta este libro.
-Beatles.
-Tu corazón.
-De extremoduro.
-Cádiz.
-Estados Unidos.
-No más guerras.
-Sí chantajes.
-No emocionales.
-Palabras.
-Tormenta.
-Bonito día.
-Buenas noches.
-Durmamos.
-Me cansé.
-De ti
-¿Qué piensas?
-Bobaliconadas.
-En francés.
-Números.
-Te repites.
-Contigo repito.
-Cuatro.
-Tardes.
-Cómeme.
-Mañana.
-Chocolate.
-Mira, estrellas.
-No, contaminación.
-Tú.
-Y una señal.
-Un semáforo.
-En rojo.
-Como tu corazón.
-¿Extremoduro?
-Límites.
-Matemáticas.
-Racionalidad.
-Estupideces.
-Murmullos.
-Luces.
-Inconvenientes.
-Trenes.
-Mejor metro.
-O mapas.
-Siluetas.
-En el césped.
-Respiraciones.
-Actuemos...

I'll take everything.


Mientras tú, agotado del viaje, dormías, yo escribía. O lo intentaba.
Salieron palabras a borbotones, esbozos de situaciones, escenas de películas, que componían mi vida como si fuera una melodía. Una canción que poner en el reproducctor, y repetir hasta saber el momento de cada respiración. Nunca me fue tan difícil hacer un diálogo, nunca había sido tan complicado reproducir palabras reales. Pero lo eran, en eso consistía la vida, en grabar, ver, tocar, acariciar, y saber. Conocerte. Disfrutar un día de verano, o de invierno, de las nubes. Soñar por las noches en despertar la mañana siguiente, y verte. Ir al otro lado del mundo, coger un avión, un tren, un autobús, para acabar caminando por la carretera. Esperar a la desesperación, ir acompañados de la exaltación. Regresar a ese sitio llamado casa, y ser consciente de que por esas paredes pasaron ya demasiadas miradas, que lo seguirán haciendo. Volver, dulce película. Cómo no, Almodóvar. Almodóvar y sus premios Goya. Tú, ellos; papá y mamá. El sabor de la distancia, amargo olor a lejanía. Necesidades, de estar a solas, de hablar, de tener compañía, de sentir los límites de la libertad. Qué diablos. Salir a la ciudad para rozar cada extremo del cielo, robar sonrisas, quedarme con la tuya, regresar y recuperar aquella palabra de la penúltima frase, libertad. Y descubrir, mientras duermes, que hay muchas razones que aún desconocemos, para sobrellevar las continuas interrupciones que nos suceden. Resignarse, una palabra que no está en mi diccionario de vida. Vámonos... Y vayamos a por todo, a por cada pedacito de canción para hacerlo nuestro, a por cada gesto, robemos suspiros. Me quedaré con cada exhalación que parta de tu boca, para que desemboque en mis oídos, y sean todas mías. Logremos salir de la cárcel de la rutina, rompamos nuestras reglas, juguemos, pero nunca con sentimientos, gritemos y dejémonos llevar. Guardemos nuestra intimidad alejándonos de redes sociales, que sólo desmenuzan realidades, que destrozan y deprecian el puro aprecio. Que las palabras, sólo carecen de importancia cuando van dirigidas a todo el mundo. Ardamos en la hoguera, en aquella que invade nuestros pensamientos, en aquella donde nos perdemos. Aquella que mientras tú duermes, habita tus sueños, y mientras yo escribo, susurra la historia que tú imaginas.

Desafíos.

Aprender a ser inteligente.
Es sumamente complicado, relacionar el tiempo con el conocimiento. Parece que la experiencia ayuda, pero no es suficiente, de vez en cuando, se presenta como una leal compañera que incita al miedo, a la inseguridad, y a la desconfianza.
Se sobrevive, entre cuatro paredes y un techo. Hay quienes cuentan con un sol que brilla durante años y años, y quienes pasan horas mirando cómo llueve, pensando en qué momento se marchará la tormenta, pues ya hace demasiado tiempo que les persigue.
Los hechos que, se han sucedido durante dieciocho años, no se desvanecen con facilidad, han dejado magulladuras en una mente inocente, en un cuerpo joven. Marcas de palabras que calaron hondo, recuerdos de gestos olvidados, y mucho, mucho polvo.
Una niña pequeña, que trataba de crecer, dijo alguna vez que no se llega a ninguna parte de ninguna forma, y alguien lo escribió. Una chica más mayor lo recitó, y esa voz, con esas palabras, llegaron a los oídos de un viejo cascarrabias que decidió regalar piruletas, para llevar la contraria y así demostrar que la sabiduría predominaba frente a la ingenuidad. Mas sus intentos por alterar el mundo, fueron nefastos.
Señoras que vestían de negro, sentadas en un banco veían a las parejas pasear, y recordaban sus tiempos en los que se casaban con diecinueve años, y echaban de menos a sus abuelitos favoritos.
Cualquier día, habrá que levantarse de la cama, con ansias, de poder con el mundo, ganar la batalla contra él. Y vencer la barrera infranqueable que uno mismo se crea, para darse a conocer.
¿Miedo? ¿Quién dijo miedo? Habrá que olvidarlo, y recordar que hay personas con luz, cuyas sonrisas hacen que el miedo se esfume, cuyas promesas no sean mentiras por cortesía, aunque sea difícil aceptarlo. Que existen, a pesar de que algunos días no se quiera ver ese sol, esos latidos que palpitan con fuerza, porque merecen la pena, y la vida llega, y uno casi no se da cuenta cuando ha entrado por sorpresa, ha inundado la habitación de olor a libertad, y sus palabras son tan tiernas hacen que uno se estremezca, alcanzando un punto sin retorno, dejándose llevar arrastrado por la corriente, bebiendo felicidad cada día, sin pensar, simplemente sintiendo que los gestos van de la mano, acompañándolos. Sin que uno mismo esperase haber dejado la ventana abierta, pidiendo que sucediera, que volvieran esos brazos desconocidos, que los sentimientos, fueran creciendo, paulatinamente y sin cesar, dando lugar al surgimiento de una nueva era, la de los corazones desamparados que encontraron cobijo en un día, del cual no esperaban más que los buenos días.
Atrévete a ser inteligente.
Y a romper con lo establecido, a vivir con lo prohibido. En un mundo paralelo donde no existe elquédirán, donde la privacidad, vuela, donde aún está permitido soñar, y por encima de todo, la humanidad no pierde su sentido.

Final del mundo sin fin.


Convalecencia.
Preparaba la lucha, mas era imposible. La búsqueda de las palabras resultó ser golpes contra la pared, hasta que la cabeza quedó sin fuerzas, sin ganas de brillar. Nunca más existiría aquella mente con pedacitos de estrellas que pretendieran conocer el final.
Los espejos, reflejaban ahora una realidad abstracta, las imágenes se apoderaron de las personas, ya no habría más tiempo para verlas, su reflejo desgastado había sido presa de un terrible suceso. Sus rostros habían sido absorbidos por unas pantallas gigantescas, llenas de vacío, eran almas desperdiciadas que vagaban por la soledad de calles incompletas. En el fondo de la avenida, me encontraba yo, casi enmudezco al despertar, creí que la posibilidad de salvarse era nula, y me equivoqué. Al igual que esas almas, me dirigía a andar, sin saber el destino, respetando las zonas peatonales, mas no lo comprendía. Deambulaba, y no había nadie.
Algunos niños gritaban, el mundo a sus pies, y ellos querían volverse a casa, con mamá y papá. Mi enajenación hizo que ignorara la presencia de aquellos pequeños, no se merecían haber aparecido sin ninguna información, sin libro de instrucciones que les explicara cómo iban a ser tratados; como apestados sin hogar, sin familia, pobres huérfanos. Fue entonces, cuando un trocito de metal en la calle captó mi atención, escarbé superficialmente y encontré una cámara, sería una especie en extinción.
El mundo de las apariencias había sido suprimido desde hacía mucho, lo suplieron con una ficticia realidad, la cual fue gloriosamente devastada. Nunca fuimos capaces de movernos, de ir al centro de la movilización, de pensar que podríamos. Y ese fue nuestro brutal fallo. Creímos que éramos los reyes del universo, sobrevaloramos nuestra débil y fugaz existencia, lo que necesitábamos no nos iba a caer del cielo, aun así persistimos. Tan sólo demostramos que nuestra cabezonería era mayor, que el orgullo es el que gana. Y nos hace perder. Deberíamos habernos destrozado las manos, escribiendo hasta que doliera, moviéndonos hasta caer rendidos, luchar creyendo en nosotros mismos, y no en los demás. Fue otro error que cometimos. Y pensar que alguna vez, perseveramos en convertir nuestras propias promesas realidad, para darle valor a nuestras palabras. Otra falta que añadir. Aun así, aprendimos, a volar desde el infierno, a salir a pasear los días de lluvia, a ver más allá del muro de las siluetas, a velar por los sueños, a regalar cariño aunque doliera. No podemos fallar otra vez más. Ya desperté y no quiero regresar a la inconsciencia, ya crecimos y tenemos que darnos cuenta. Que uno no puede quedarse enredado en el pasado.

Carta escondida para mi más preciada desconocida.

Querida forastera soñadora:

Me complace escribirte, mas el motivo es advertirte. Excusarme, en primer lugar, puesto que no has recibido una buena carta de presentación, y quizá ésta sea todo lo contrario a lo que desearía haberte dicho antes de que aprendieras a leer. En segundo lugar, buenos días, preciosa. Espero que hayas encontrado este escrito en un día de esos soleados, con una brisa que te arrope, si no es así, ojalá estas palabras te consuelen. Me parece muy extraño estar pensando en ti en estos momentos, muchos años antes de lo que te puedas imaginar, aunque, deberías tener una idea, el papel ha de estar muy arrugado y doblado, en definitiva, desgastado.
Perdóname, si no pude quedarme a tu lado, hay demasiadas razones, que ojalá no comprendieras nunca; dicen que las buenas personas, y aquellas que no son tan buenas pero no sobrevivieron a sus ideales, aquellas que luchaban por un pedacito de tranquilidad, la mayoría de ellas, no llegaron a su objetivo, pero sí a su fin. Me gustaría tanto conocer que tu forma de pensar está relacionada con ellas, que nos correspondes. Pero, por otro lado, me encantaría saber que eres feliz. Ser feliz en un mundo lleno de despropósitos y desgracias ajenas, además de las personales, es una tarea ardua. Sé que podrás hacerlo, que si estás leyendo mis palabras ahora, es porque has conseguido alcanzar mi corazón, y que tu rostro desbordará alegría, que lo hará siempre. Y tú, mi dulce esperanza, brillarás como lo llevas haciendo desde que apareciste en este mísero mundo. Porque, ya conoces el sabor de las derrotas, y tan sólo te quedan unas pocas, que de ahora en adelante, saborearás cada segundo, como ya has hecho muchas veces, seguro. Oír palabras que te desagradan te ayudará, tus fuerzas crecerán, no te desanimes, si estás leyendo ahora mismo, es porque alguien te ha querido mucho, has ocupado muchos pensamientos, y después, serás consciente que el tiempo lo es todo, que nos maneja y nos manipula a su antojo cual caprichos de sanvalentín. Sabrás y conocerás distintos paisajes, diversas miradas, nuevos acentos, palabras que te acompañen, incluso que te rebienten los tímpanos al susurrarlas. Tú, si has llegado a este punto, eres capaz de mucho, que lo imposible contiene posibilidades, no lo olvides. Quizás tendría que haber utilizado esas nuevas tecnologías para que me imaginaras más real. Yo creí que sería más virtual, que preferirías un papel con tinta, escrito a mano, y sentido.
Quizá estuviera equivocada, a lo mejor tenía que haber quedado todo en el olvido, la escondí creyendo que nunca la encontrarías, que no aparecerías, jamás. Y si en algo me equivocaba era en que podría desaparecer sin dejarte mi huella. Marcándote aún más, trasladándote mi dolor. Ten cuidado, mucho animal suelto, no creas argumentos que estén de más, pasados de época, busca por ti misma, no esperes encontrarme. No soy una simple carta. Y tú eres el reflejo por el que siempre velaré.

Contra-Ataque.


El gesto más maravilloso del mundo, es dejar aprender sin imponer ideas.

Vivo, en una sociedad entre límites. Cada paso, está previamente señalizado, y planeado al milímetro. Hace tiempo traspasaron el poder de la sabiduría a necios que creían saber, y vamos retrocediendo. Pocas novedades trascendentales en un mundo de innovación, retraso, que lo llamaría yo. Economía, esa a la que denominan ciencia cuando no hay más ciencia que el saber, y no el inventar.
Vivo, en un mundo cruzado, donde cuatro líderes toman el poder sin dudar, adueñándose de los sueños, de las mentes nuevas que nacen, para hacerse con ellas, creando una burbuja de felicidad, donde cada uno hace lo que se le impuso, aceptándolo sin querellas.
¿Cuándo permitieron esos puros amaneceres que los corrompieran?
Agonizo, ante tanta suciedad, ante los malos tratos consentidos, ante las supuestas grandes cosas que me rodean. No es más que escoria. Unos asuntos sin resolver, porque no conviene; unos intereses depreciados por la individualidad, por la avaricia.
Agoniza también mi más profundo interior, una mente joven cansada de tanta polución, de la hipocresia, de demasiada manipulación. Pobres sobreviviendo en un mundo de dinero. Las calles que pisan mis pies, repletas de desconocidos que buscan un día a día, algún que otro cambio, intercambiar una, o tal vez, dos palabras. Me sorprende que existan miradas que se buscan, que no alcanzan encontrarse. Quizá el miedo, esté en todas las calles, en cada esquina, en todos los rincones y no da cabida a las quejas, a las oposiciones, porque, cada vez, estamos a un paso más atrás de donde habíamos llegado. Y nadie siente que le pertenezca. Nadie hará que cambie. Y todos lo sufriremos.

Sueños que destrozar.


P
ensamientos que no sirven de nada, junto a excusas malas y baratas. Una noche, una madrugada a la espera de un día nuevo, de un enero que llega tarde. Y sólo salen bobaliconadas, estupideces y oraciones sin sentido de esta boca que no come, que apenas siente, y reflexiona. Ante los ojos de ardillas, que corretean de un árbol para otro, ante el mundo que les manda señales, que les pone paredes y muros que derribar para que se den cuenta que ha llegado el límite, el cual no deben sobrepasar.
Tarde.
Ya era irremediablemente tarde, el cielo se había escondido y las estrellas asfixiadas por la contaminación. Ciudad llena de mierda, pensamientos encrespados, murmullos, más sábanas que tirar. Giros de dirección, desubicación momentánea, y vueltas a la realidad. Había que marcar el punto y final correspondiente, el cual daría paso a la tranquilidad, a tomar un par de copas con los amigos un jueves, a despertar un miércoles a las doce de la mañana, o al mediodía. Sentir un volver a empezar, pero ya era tarde, como antes decía, la escarcha desaparecía, y tan sólo quedaba su rastro, demacrado, haciéndose de rogar porque ya estaba debilitado, demasiado exhausto de intentar seguir avanzando. Quizá ya habría llegado su hora.
En cambio, las luces por la noche hacían ver que se trataba de otros días, de otros minutos, de otras estrellas que relucían y hacían que se sintiera mejor, parte de un todo, de una familia que estaba por construir, entre palabras de aprecio. Pero no importaba lo más mínimo, porque trataba de olvidar y era incapaz, de sentirse viva en algunos versos, de verse reflejada en el espejo, la empatía no la consumía, ella misma se ahogaba, hasta que pronunció basta. Y fue entonces cuando decidió, cuando supo que no iba a perderse, cuando ya conocía el destino, que se sabía inevitable, porque las dos partes no querían.
A las seis de la tarde, de la madrugada, del mediodía o de la noche, a las seis hora punta, a los seis pensamientos, a las seis cruzadas, a las 6 apuestas, se iban despedazando las reflexiones, los tejidos comprimidos de un sí y un no, de dos quizás. Se iban desmenuzando poco a poco todas las piezas, rasgando la piel desde la superficie hasta llegar al fondo. Allí donde se encontraron alguna vez las ilusiones, donde el no estaba presente y, no, ya era tarde para responder sí, que las cicatrices que no se ven van en aumento, que todo estaba siendo oxidado por el mar.
Un oleaje que nunca iba a detenerse.

Selfsteem.


Decían que no sabía lo que hacía con su vida, que era un torbellino que no tenía destino. Posaba su mirada en la gente, y de vez en cuando se atrevía a mantener esos ojos fijos en algunas personas. Decían que era difícil de esperar, por no añadir que nunca esperaría, que quien fuera detrás no la encontraría, que no se dejaría embaucar. Decían que se mantenía en los extremos, de la calma podía llegar a la presión en tan sólo un par de horas; también podía quererlo todo y conseguirlo, aunque podía no querer nada y que le llegara. Decían que sólo llamaban a su puerta los desamparados, buscando algo de cobijo, unas palabras más y se marchaban, dejando siempre la puerta entreabierta. Decían que dudaban si volverían, pretendían ser fuertes, que su orgullo rozara el cielo, se equivocaban. Decían que era complicado poseerla, que no habían sido capaces, quizá por un par de horas fuera posible, pero no era algo persistente. Decían que la escuchaban revolotear, andar de aquí para allá, torcía alguna que otra vez su dirección, sin ser esperada se presentaba, y los más privilegiados se sorprendían mas había quien no tenía en cuenta su valía, luego la necesitaban. Decían que solía lucir una sonrisa en su rostro, que estaba preparada para acudir cuando la llamaran, ella nunca molestaba. Decían que era típica, aun sin estar seguros de su brillo único. Decían que no la comprendían, que sólo una persona lo lograba, que esa era su compañera de alma, su apoyo moral cuando la mayoría estaba en contra. Decían que podía ladrar, morder, arañar, esquivar la soledad. Decían, pero no creían en sus posibilidades. Murmullaban que no podría ser realidad, que el esfuerzo es la primera de todas las herramientas que uno necesitaba para alcanzar su objetivo, que la concentración de unos minutos no era suficiente, que la intensidad de esos minutos no contaba si no eran muchos, que no se puede hacer mucho más de lo que se hace en un par de meses, que ahora no era nada necesario.
Ella demostraba que el final de la historia cambiaría, que lo esperado y el azar se fusionaban, que había tormentas donde la televisión y el hombre del tiempo predijeron días soleados, que, en definitiva, común, no era su adjetivo.

No tanto que pensar.


A menudo contestaba, irracionalmente y con gritos, a todo el que se cruzaba en mi día a día, brindándole alas para salir de aquellas semanas. Había mentes que se resistían, que transmitían preocupación, quizás no pretendían marcharse tan pronto, y simplemente fuera yo quien decidía cómo jugar con esas cartas.
Doy algún que otro traspié, y me levanto como si nada, hoy soñé con la luna, esta noche dejé de pensar e imaginé. ¿Sabéis?
Os vi allí, a las tres, en el portal más difícil de encontrar, girando a la derecha, subiendo escaleras y luego segunda puerta a la izquierda. Entrando con maletas, con algún que otro colchón de más, esperando que la suerte llegara a esos dedos para conseguir el mejor asiento. Aparté esas bolsas que llevaba, las dejé en la entrada donde tan sólo había un espejo (bastante grande, por cierto). Un salón cómodo, apenas había mobiliario, cocina con mesa y sillas de comedor, habitaciones. Cuatro.
Un sofá en el que ya estábais apalancadas y decidimos posponer la mudanza para más tarde, ir de compras y llenar la nevera, a la vez que nuestros estómagos. ¿Discusiones? ¿Para qué, de qué sirven? Un carrito con todo, un camino con carrito, unas risas que se preguntaban el por qué de unas acciones tan simples, que podían dar gratificaciones. Y sonreír. LLegar, agotadas, a casa. Tener aún fuerzas para guardar la compra, colocar más o menos los alimentos en su sitio. La comida. Preparar la comida, unas sartenes, alguna que otra sin mango, rota. Risas. Un paquete de harina defectuoso, caído de la estantería al suelo. Harina por todos lados. Harina en cada rincón, harina en nuestro pelo, en nuestros rostros. Embadurnados completamente. Pensar, ni tan siquiera en un segundo, que podía haber sido diferente. Seguir la corriente, nuestra corriente. Estar tan ocupadas viviendo, desconcentradas, sin saber que mañana puede llegar. Momentos. Espontaneidad. Sueños de una noche que se pueden lograr. Cumplir deseos. Venga, cocinemos de nuevo.

Tic - tac.


Hubo arañazos, en algún tiempo pasado. Gritos de dolor, sonaban en la lejanía. Yo no lo recuerdo, sólo que hubo cinco minutos de silencio entre gemido y gemido, que se volvieron segundos, y se repetían. Esa noche, hubo un concierto, hubo un acontecimiento deportivo y música en todos los oídos. Aquello fue memorable. No recuerdo, tampoco, cómo sucedió, cómo fueron y vinieron los días, los sonidos. Letras de canciones fugaces, instantes que volaron. Aprendí en no creer en las promesas, preferí convertirlas en realidad. Esas corazonadas involuntarias que aparecen como si se tratase de carteles de neón que se ven desde el final de una Gran Vía, de la que no hay copia alguna. Quizá sólo haya una oportunidad para lograrlo. Quizás el destino, si así se llama, haya prefabricado los portales por los que he de pasar. Sin embargo, ayer llamaron a mi puerta. Unos fantasmas pretendían entrar, sin previo aviso. Fantasmas a los que en noches de invierno, de enero, es conveniente darles con la puerta en las narices y cerrar, así, el capítulo. No sé si será posible, tampoco recuerdo cuál fue mi elección de ayer. Hoy todo parece tan tranquilo, que podría haberse tratado de un molesto sueño, o una simple pesadilla.

Narcisismo puro y duro.


Soy una persona que reluce. Mi presencia te hace sentir impotente, como si tu fuego interior llegara a su apogeo y no fuera capaz de calmarse. Mi reflejo te seduce, no lo niegues pues tus pupilas me susurrarían que mientes. No te agobies, hasta el hecho de mirarme al espejo me perturba, puedo comprenderte. Compito con el sol más brillante y le robo su protagonismo. Las nubes me dejan paso, las atravieso y me coloco en el puesto número uno, mi lugar. Tú te revuelves y cierras los párpados, aun así tienes mi rostro marcado en tu cabeza y me imaginas. Es inevitable, lo sé. Sabes que lo quieres, que me deseas. Yo también me deseo. Sé capaz de mantener tu mirada penetrante. Ven, acércate, tócame y hagamos el amor; mi ego, tú y yo.

Programaciones.


Apartar los planes hacia el lado contrario no es dejarse llevar. A la vez que, dejarse llevar no es seguir la corriente. Hacer lo que los demás hacen es símbolo de debilidad, seguir porque no se quiere romper con lo establecido, es imitar. Atreverse a plantarle cara a la normativa, a lo que estaba prefijado, cambiarlo en el último segundo es inquietante, signo de valentía. Atravesar diagonalmente una calle es peligroso, let's do it. Hay que cruzar palabras, enrevesar miradas, analizar cada piedra de una montaña. Conocer los lugares donde hablan las plantas, donde se ve el hielo, y se derriten los paisajes. Bocas de caramelo que griten te quiero a la persona errónea, bocas de fresa que sientan y bocas de menta que sean las adecuadas, que cometerán faltas y alegrarán el caramelo. De repente, todo desaparece y se envuelve en una burbuja gris, porque el mundo ha sido pasivo y se ha dejado guiar, por los vientos que la mayoría creían idóneos. Televisiones y radios que repiten las mismas emisiones, mentes cansadas de escuchar las mismas historias, con deseos de transformarlas. Y gritos al cielo desde que la rutina tomó el poder. Anhelos de búsqueda, de otras metas más lejanas. Esperanzas de que se cumpla, y de que la monotonía se resquebraje hasta que no queden más que sus despojos, y con ella, hasta el más mínimo minuto en el que se reemplacen los arrebatos por progamas que se sigan al pie de la letra.
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