En algún lugar del
mediterráneo se escuchaba una canción saliendo del bolsillo, de alguien que andaba
por la playa a un ritmo estrepitoso, con ansias de llegar directamente a su
coche, incluso sin tener que sacar las llaves del pantalón, y, arrancar, para irse
a dondequiera que la velocidad le llevara, Alemania quizás. Vibraba, y con su
mano pegada al dichoso móvil escuchaba su melodía, lo siento por interrumpir, sólo he venido a preguntar… Seguía
dubitativo, había mirado el número de pasada. Sería publicidad, se decía a sí
mismo. A estas horas, quién se iba a acordar de mí. Era la hora de cenar y aún
no había pegado bocado. Madre estaba en el pueblo, no podía ser ella, pensaba.
Y la melodía seguía, razones para desistir
y tiempo para imaginar… Echó un vistazo rápido a ese dichoso teléfono, el
que le acompañaba desde que acabó segundo, o dejó la carrera, y la empezó de
nuevo o lo que sea que hiciera. Si total, ya nadie sabía de su historia con las
asignaturas y las universidades, si llegados a este punto se habían olvidado
todos de él. ¿Quién sería? Terminó. Y él respiró. Arrancó, fue a la velocidad
que la oscuridad le permitía, ya se había estudiado todos los semáforos, las paradas
y los satélites. Como si fuera un rayo que se propagaba a la velocidad de la
luz siguió sin destino a uno de sus rincones favoritos. Alguien centelleante en
su vida le estaba esperando, no era la primera vez, ni sería la última. Estaba
lleno de vida, de nuevo. Sólo tenía que conducir, y estaría en los brazos que
tanto, y tantas noches de cine, le habían calmado. Esta vez para su sorpresa,
no le estaban esperando. Aparcó. Miró a las pocas estrellas que había, y salió
del coche a buscar la casualidad de su vida. El teléfono volvió a vibrar,
empezó a sonar. No llegó la melodía a sonar.
- ¿Hola? ¿Dónde estás? ¿Has tenido algún problema? Sabes que puedo ir a recogerte. Mándame la dirección. Estaré ahí en un par de minutos. Lo siento, tenía que haber insistido en ir a por ti. Es tarde. En verano la gente es más peligrosa…
-No sé de qué me estás hablando, suenas estresado, deberías ir a ocuparte de tus cosas.
-No me lo puedo creer.
-Yo tampoco, aún no me creo que no me hayas colgado el teléfono. No tienes bloqueadas las llamadas.
-Es una historia muy larga….
-Ya te contaré, voy muy jodido, una historia muy larga. Como siempre. –Soltó tajante una voz femenina.
-No contestes.
-¿Y si contesto?
Colgó. Sintió el impulso de arrojar el dichoso móvil por el precipicio. Que se estampara contra las rocas, y se rompiera en pedazos, igual que él lo hizo una vez, hace dos años. Recapacitó, si perdía el móvil la perdería también, no podría encontrarla. Había sido todo muy precipitado, no podía permitirse esa llamada. Durante dos años había actuado tan precavido que, en un momento de distracción, lo iba a perder todo, todos esos esfuerzos. No podía permitírselo. Él tenía que seguir adelante. Cogió su coche y fue a buscar esa vida centelleante, que lo estaba esperando, en la otra entrada del Montjuic.
- ¿Hola? ¿Dónde estás? ¿Has tenido algún problema? Sabes que puedo ir a recogerte. Mándame la dirección. Estaré ahí en un par de minutos. Lo siento, tenía que haber insistido en ir a por ti. Es tarde. En verano la gente es más peligrosa…
-No sé de qué me estás hablando, suenas estresado, deberías ir a ocuparte de tus cosas.
-No me lo puedo creer.
-Yo tampoco, aún no me creo que no me hayas colgado el teléfono. No tienes bloqueadas las llamadas.
-Es una historia muy larga….
-Ya te contaré, voy muy jodido, una historia muy larga. Como siempre. –Soltó tajante una voz femenina.
-No contestes.
-¿Y si contesto?
Colgó. Sintió el impulso de arrojar el dichoso móvil por el precipicio. Que se estampara contra las rocas, y se rompiera en pedazos, igual que él lo hizo una vez, hace dos años. Recapacitó, si perdía el móvil la perdería también, no podría encontrarla. Había sido todo muy precipitado, no podía permitirse esa llamada. Durante dos años había actuado tan precavido que, en un momento de distracción, lo iba a perder todo, todos esos esfuerzos. No podía permitírselo. Él tenía que seguir adelante. Cogió su coche y fue a buscar esa vida centelleante, que lo estaba esperando, en la otra entrada del Montjuic.
Esa voz femenina, la
que había estado al otro lado del teléfono durante los segundos más fríos de su
vida, se resquebrajó. Se quedó sin palabras para esa conversación o cualquier
otra, para tantas noches de insomnio de letras a las 6 de la mañana que habían
acabado en silencio. El silencio había hablado, y esta vez daba sentencia. Una
sentencia que aceptaba, que le devolvería a la vida poco a poco, quizá a ritmo
vertiginoso, quién sabe. Ni siquiera ella misma sabía a qué vida, pero sabía
que le había devuelto algo que era maravilloso, y que poco a poco le iba a dar
cada pedacito de vida que le había arañado. Volvía a escribir.
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