Papel en blanco

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Blah, blah, blah ...


Porque... soy una pequeña pieza que no encaja en un puzzle por ser diferente, rara, contradictoria, dulce y salada, egoísta y generosa, cariñosa y arisca, agradable y repelente.
Y por ser rechazada me aislairía, pero... detente.
Únicamente no existe un puzzle, hay variedad, quizás estuviera sólo en la caja equivocada, y detrás de esa multitud de puzzles, haya más piezas sueltas. Y qué si pueden llegar to
das juntas a formar uno, no sólo bonito porque encajen, sino verdaderamente uno gigantesco.
Porque esta pieza a pesar de ser aparentemente chiquitita, contiene pedacitos de otras muchas además de tener su esencia.
Y esta pieza os quiere, a todos.

Nov.2009




-Ahora esta pieza ha encontrado su puzzle, ya iba siendo hora. =)

Un Peter Pan escondido.



Detrás de ese muro de cristal que se encontraba justo en frente de mí, había un algo inquieto cuyos pensamientos eran una melodía y provocaban cierto murmullo alrededor. No sabía de qué se trataba con exactitud pero era pequeñito, de eso estaba totalmente segura. Quería verlo, de cerca.
De repente, la melodía armoniosa se iba volviendo frustrante, se convirtió en un ruido chirriante. Atenta, observando, encontré una minúscula fractura en el cristal por la cual el sonido se traspasaba llegando a mi cabeza. Ahora, de nuevo volvían esos pensamientos, pero esta vez en forma de risas, divertido.
-Si tu veux, tu peux passer parce que je te donnerai l’invitation.
Desconcentrada no supe comprender a qué se refería, sólo me fijé en su dulce voz acogedora que me invitaba a entrar, a seguirle, con una sonrisa.
Para mi sorpresa, aquello era lo más similar a una emboscada, era una sala aún más minúscula, seguía escuchando tan sólo el susurro… Había desaparecido, era tan pequeño que podría estar en cualquier lado y en ninguno, a la vez.
Se había escondido, de eso también estaba segura.

Una pared se encendió, apareciendo mi propio rostro en ella, me asusté. De nuevo comenzó aquella voz, a cautivar la sala poco a poco y llevándome consigo hacia la calma, inconscientemente.
Poco a poco la visión antes perturbada se iba aclarando, creía verle y parecía un espectro pero ahora se acercaba y ya tomaba consciencia de que ese personajillo estaba a mi lado, su voz apaciguada me transmitía una nueva sensación, un porqué se había escondido anteriormente. Esa sensación era miedo, miedo sobre la incertidumbre de lo que podría ocurrir en un futuro, incluso en un presente…
Sin embargo, se atrevió a mencionar su nombre, Peter Pan.
Se trataba de un PeterPan perdido que buscando el país de Nunca Jamás había quedado retenido aquí, en este mundo en el que el crecimiento es ley de vida, algo inevitable. Él me hablaba de sus experiencias, sus ilusiones y no eran tan dispares de las mías, que a pesar de haberse quedado aquí su mente seguía casi intacta como la de un niño con la diferencia de que era mayor por su apariencia y por los hechos vividos. Esto hacía de él una persona que sabía bastante sobre todo y sobre muchos. Especial, sin duda.
Atento al detalle, bastante coherente, la curiosidad le acompañaba , además, aunque al principio fuera algo imperceptible un aura de fuerza interior le envolvía.
Quizás no se hubiera dado cuenta, todavía.

Me limitaba a escucharle, tenía razones y motivos suficientes para tener ese punto de vista respecto a la vida, siempre llega un momento en el que no se ve nada más que un túnel interminable, un laberinto.

Entonces yo añadí otro dato importante, el equilibrio es difícil de obtener, pero no tan complicado es que una ráfaga buena te cubra… aunque no ocurra siempre cuando es más necesaria… Es inesperada.
Como Peter Pan escondido, como tú, como todos.
Quisiera ver el rastro de fantasía de todos, después de todo es lo que queda. Pero no me dio tiempo suficiente a quedarme, tuve que volver, la puerta se iba a cerrar. Lo siento, -murmullé.

Canibalismo.


Amanecía, los primeros rayos de sol se colaban en mi habitación llegando como láseres a mis ojos y despertándome del sueño que creí haber tenido. Él estaba en el suelo, había logrado tirarlo de la cama, al fin.
Al abrir los ojos me di cuenta de que estaba adormecida, aún. Todo parecía un espejismo. Trataba de rememorar los últimos sucesos y mientras mi cuerpo agotado volvía en sí, mi mente iba unos pasos más avanzada y ya se disponían los recuerdos de imágenes del día anterior, que se me antojaba como un sueño.
Las visiones de una noche eterna, alguna copa de más y rostros fueron emergiendo en mi cabeza. El principio fue un día como otro cualquiera, en el que arrojas al suelo el despertador para evitar el suplicio de despertar sin que tú mismo lo hubieses querido.
Recuerdo que tenía un regalo que comprar, sí esa fue la causa del despertador del sábado, y la mañana se sucedió sin ningún imprevisto. De hecho, esa tarde iba a ser aburrida, los exámenes estaban al caer a partir del lunes y por ello me dediqué a estudiar, esperando con ansias la noche para poder despejarme un poco.

Camila llamó antes de lo esperado, necesitaba que alguien recogiera su vestido de la tintorería y su hermana en un descuido se había llevado las llaves de su coche. Cansada ya de tantos números, presupuestos, compras, ventas y valores de acciones decidí poner punto final a la tarde atareada, así que cogí mi ropa, todo lo que necesitaba para salir y lo metí en una bolsa, dispuesta a hacer el encargo. Media hora más tarde me encontraba en un piso en el centro de la ciudad, recibiendo las gracias por parte de Camila.
Mientras los hechos que recuerdo se van ordenando en mi cabeza, percibo que huele a vainilla, y diviso una tableta de chocolate en la mesilla de noche, a medias. Los pensamientos me abruman por momentos, aparece dolor de cabeza, prosigo con mi historia.
Serían las diez menos cuarto cuando cogimos el coche para llegar al restaurante, la noche se presentaba tranquila, nuestros amigos ya habían llegado, menos él. Todos decidimos pasar ya que se estaba más cómodo en el interior y nos dispusimos de forma que un asiento li
bre para él quedaba en la otra punta de la mesa y sorprendentemente quedaba otro hueco vacío al lado, yo creía que tan sólo no había llegado él, pero al parecer faltaba alguien más. No tardaría mucho en averiguar de quién se trataba, miré el reloj y ya se escuchaban saludos y bromas respecto a la puntualidad de los sujetos que habían estado ocupados con… contratiempos. Esa persona inesperada no era desconocida para mí, era una chica que había conocido hará unos meses pues coincidimos en un bar con unos amigos comunes, Laura era una antigua amiga de él, y al parecer su relación había evolucionado a puntos que no llegué a imaginar.
La cena transcurrió sin mayores sorpresas, con menús variados desde pasta a ensalada pasando por pescado, el postre sólo lo tomaron los que tenían un mayor apetito y aquellos que pensaban desfasarse esa noche y querían, a la vez, seguir con vida al día siguiente.
Al ubicarnos en los respectivos vehículos se vislumbraba un ambiente cálido y ameno entre risas y más risas, hasta que llegamos al primer pub, que según recuerdo, no fue el único de la noche.
Empezamos poco a p poco, sin prisas, el tiempo parecía haberse detenido, sólo para nosotros. La música animaba el ambiente, algunas partidas de billar frustradas, partidas de dardos con apuestas que desembocaron en invitaciones a chupitos, la gente cada vez más descontrolada y todo, en general, fascinante.
Ahora, me pongo a pensar que no había nada por lo que arrepentirse de esa fiesta que podría haber terminado unas horas más tarde en el último pub y a dormir, a casa. Sin embargo, el olor a alcohol de la ropa que hay arrojada en el suelo de la habitación me lleva a enunciar que no fue así, la noche y la fiesta continuaron, durante más horas de las deseadas, quizás.
A las cuatro de la madrugada tan sólo quedábamos cinco, Camila, un chico llamado Tom, Laura, él y yo. Quedaban dos coches, estaban contratados dos conductores con lo cual en uno se fueron Tom y Camila que fueron dirigidos a sus respectivas casas. Por otro lado, estábamos los tres restantes que nos montamos en la parte trasera del coche y él, en medio. Aquella situación era similar a la conquista de un territorio, la lucha por el macho sólo había comenzado y nadie sabía si habría heridos. Él, de forma astuta e inteligente, dirigió al taxista a un punto intermedio entre las casas de ambas y desde ese punto, él tendría el tiempo suficiente para planear y ver, además, cómo se le presentaba la noche.
Finalmente, al llegar al sitio decidido, ya lo tenía todo en su cabeza, al parecer yo me había acercado más de la cuenta, de forma inconsciente me había atrevido a pasar determinados límites establecidos anteriormente, y eso sería la causa por la cual él tomó la elección de primero llevar a Laura hasta su apartamento y más tarde acompañarme a mí, que estaba más despejada. Por fin, aprendí que las miradas pueden pasarse…
Laura se dio cuenta de la situación, ella no consiguió lo que quería, a pesar de haberlo pedido a gritos, sí, desde su balcón intentó llamar su atención para que regresara y volviera a subir, y a entrar en su vida, aún más.
El camino de vuelta a casa se alargó un poco más de lo esperado, al ver una tienda abierta compró una botella de alcohol, de cuyo olor está impregnada la ropa. También recuerdo mi capricho de chocolate, aquél que vislumbro ahora en la mesita que no está acabado.
No sé qué hora sería cuando al tenerlo todo, quedaba menos recorrido y sé que comenzaron miradas cómplices… seguidas por sonrisas especiales e insinuaciones descaradas.
Ahora, todo cuadra, los hechos están perfectamente reordenados, cada suceso ubicado en su espacio temporal correcto. Continuaré:
La noción del tiempo hacía horas estaba perdida, en el portal comenzaron las caricias subidas de tono, aún soy capaz de revivir el mareo que tenía en ese momento. Abrió la botella en el ascensor, el tapón salió disparado cuando se abrieron las puertas en el tercer piso, no le dimos importancia.
Las llaves casi se me caen, con dificultad logré encajarlas en la cerradura, ¡eureka! Dentro.
Una vez dentro todo era cambiante, unas copas de más lo facilitaban. Olor a vainilla… mi casa, mi cuarto, sabía perfectamente dónde me encontraba. De repente, noto cómo perdía la visión y ésta se iba volviendo más borrosa, mezcla de chocolate y colmillos, empezó ahí el puro canibalismo.

Las imágenes se suceden rápidas por mi mente aunque no se tratase de un instante.
Al entrar y cerrar la puerta con un portazo, él cogió mi chaqueta y la lanzó al sofá, yo con ansias de dulce desenvolví la cubierta de la tableta y mordí, llevándome chocolate a la boca. Mientras tanto, él ya llevaba la cuarta parte de la botella bebida y fue directamente a conseguir el dulce sabor que aún yo conservaba en mi paladar. Se lo llevó, pero le fue insuficiente, poco a poco se iba asemejando más a una bestia la cual no puede controlarse y mucho menos dominar su apetito. Otro bocado a la tableta sería mi perdición, esta vez, él se abalanzó sobre mis labios haciendo que la presión los abriera, sin preocupación, mordiendo para lograr nuevamente su objetivo y llevándose consigo un sabor a hierro que nunca hubiera imaginado, dejándome a mí la marca de su diente en la lengua…
Tras esta carta de presentación y desesperación preferí seguir el juego, por lo menos, mientras el mareo siguiera conmigo, así que agarré la tableta y también alcancé a coger la botella, llevándolas a la habitación. Coloqué el chocolate en la mesita situada al lado de la cama y tomé unos tragos más de la botella.
Él siguió con su persecución de mi boca, en un acto reflejo me di la vuelta y llegué al balcón en el cual rompí como pude la botella, quedándome con media en la mano, que utilizaría más tarde en mi defensa, si fuese necesario.
En cambio, él decidió bajar la persiana para dejarme encerrada o haciéndome pasar al interior del apartamento lo más rápido posible, si esto último fuera su meta, la consiguió.
Él, enemigo del frío, tan pronto como volví a entrar clausuró el balcón además de la puerta que conectaba mi habitación con el pasillo. Aire fresco y renovado no había, cada vez se volvía más viciado.
De pronto, en la sala se notó un trastorno del ambiente, éste parecía más suave. Estábamos al lado de la puerta, apoyados en la pared, intercambiando besos, besos parcialmente inocentes los cuales contaban con unas intenciones secundarias. Iniciamos caricias que acompañaban a los besos, las palabras sobraban, todo rebosaba devoraciones.
Los gestos eran cada vez más intensos, percibí cómo su mano que recorría mi cuerpo se iba adentrando más en mi piel, eliminando el poco espacio que había entre ambos. La situación me hacía ir perdiendo el control más a cada momento que transcurría, dejándome llevar por completo.
Su chaqueta se ubicó en la cómoda mientras su camisa buscaba un sitio similar pues poco faltaba para que yo terminara de arrancarle los botones. Él y su sonrisa frívola se llenaban de satisfacción al proyectar mi cuello como la próxima víctima. Instantes más tarde, su rostro acechaba mi cuello, demasiado predecible.
El sobresalto que me llevé al ocurrir lo del chocolate no se volvió a repetir, no iba a permitirle que lo controlara todo cuando él quisiese. Esta vez tomé yo el control, mi movimiento de huida le aturdió, fue entonces cuando la idea de cegarle (aún más) apareció por mi mente. No se esperaba que me quitase la camiseta, al menos no en ese momento y su mente de tío cuyos pensamientos fueron bloqueados por los instintos no supo reaccionar. Por el contrario, mi mareo se iba desvaneciendo y utilicé la camiseta para taparle los ojos mostrándole así que estaba indefenso, más bien, desprevenido. Traté de confundirlo mucho, usé los zapatos de forma que le alejaba de mí al tirarlos hacia la otra punta de la habitación, el ruido del choque contra el suelo era por lo que él se guiaba, dejándome a mí disfrutar de la distracción creada hasta que… De repente, veo una sombra que casi se encuentra con mi cabeza, como se puede imaginar… sí, él ya había descubierto mi entretenimiento y me había respondido de la misma forma, sólo que cambiaba el daño que él me podía ocasionar pues sus zapatos eran tamaño barca por lo menos; en aquel momento me planteé qué meterían los hombres en los zapatos además de sus pies… y la idea de llevar uno de esos en el bolso como arma defensiva llegó a mis pensamientos pero no pude terminar de ajustar el plan de defensa callejero puesto que él ya estaba tomando mi mano, acercándose a mi cuello, de nuevo repetía el ataque aunque ahora fue exitoso, logró marcar un punto de referencia. Sin embargo, no contaba con que mis instintos se rebelarían, ellos querían ser los protagonistas no permitirían ser controlados, este día no.
Un ataque de pasión iniciado por ellos nos embriagó.
La colcha de la cama acabó a los pies de ésta, las sábanas llevaban el mismo camino, a veces se escuchaba algún coche, lo cual indica que la madrugada iba a llegar pronto a su fin, pero éste se presenta todavía lejano.
Voy caminando por el apartamento, la estancia es lo más desordenado que he visto, sin contar el estado de mi habitación al jugar con mi hermano de pequeña… Vislumbro el teléfono descolgado y lo coloco en su respectivo lugar, sigo con los hechos, que aún se me presentan insólitos.
El tiempo transcurría, ya no era consciente de éste, las horas, minutos y segundos habían llegado a fusionarse, pero la inesperada noche se volvió a ver interrumpida.
Él no me dejaba ir a por el teléfono, no quería soltarme y sus fuerzas superiores a las mías me vencieron en el primer asalto. Silencio. De nuevo, volvió a sonar el teléfono, decidida fui a cogerlo, aunque las manos de él me agarraron fuertemente, sin saber cómo, conseguí escabullirme y llegué al teléfono, justo cuando dejó de sonar…
Bajé la mirada sobre mis brazos, me di cuenta de que los forcejeos habían marcado mi piel, el color rojo sobresalía, por suerte no había dolor existente. Él se dirigió hasta donde yo me encontraba, en el salón y descolgó el teléfono cesando así las llamadas.
No quedaba ya ninguna muestra del exterior, sólo estábamos nosotros. Él y yo, más el silencio que nos acompañaba.
Gestos de afecto brotaban por cada sala que pasábamos, yo me iba volviendo por instantes más loca… Descontrol total.
Un mordisco con rabia en su hombro lo comenzó todo, su expresión de dolor lo comunicó todo, no se daría por vencido, quería el contraataque y además, ganar la batalla completa. Sus dientes rozaron mi cuello, justo en la señalización que antes me hizo, afortunadamente pude evitar la incrustación de sus colmillos lo cual hubiera sido verdaderamente desagradable. A pesar de ello, el miedo no persistía en mí, hacía horas que se desvaneció, entonces me propuse ganar, estaba dispuesta a comérmelo, que no quedaran siquiera los restos.
En esta ocasión, él inició la retaguardia dirigiéndose hacia la habitación, creyendo que allí tendría más posibilidades a su favor.
Estaba totalmente equivocado, las circunstancias estaban en su contra, el territorio era mío, lo conocía a la perfección, cada rincón hasta cada objeto que decoraba la habitación.
El trastornarle era divertido, preferí primero confundirle dándole un beso de los pocos que se recuerdan siempre, mientras tanto preparaba mis brazos rodeando su espalda (mi próximo objetivo) para acabar arañándola. Lógicamente, se retorció de dolor pues las uñas largas y afiladas cumplieron con su función. Yo, aproveché esta situación para tratar de arrancarle un trozo de piel de su barriga pero él aún conservaba las fuerzas suficientes como para apartarme y su propio enojo producido por el sufrimiento y la ira mezclados provocó que me tirara al suelo, luego, él se abalanzó.
Creía encontrarme con el hueso del brazo izquierdo desencajado, pues él echó su peso sobre mi codo, de tal manera que lo dobló unos instantes aunque al parecer no hubo problemas graves visibles.

De pronto, noté cómo él se aferraba a mí, apretando con fuerza sus brazos alrededor de mí, apresándome en él, poco a poco.
Yo notaba cómo mi cuerpo se iba debilitando, la situación no podría alargarse mucho más, o de lo contrario, me perjudicaría.
En el último asalto, saldría victoriosa. Un lametón en su cara fue suficiente para advertirle de que esa zona corría el riesgo de ser devorada.
Rápidamente me soltó, y al fin liberada subí a la cama, esta vez tomaría prestada la almohada durante unos minutos. Él venía detrás de mí con la intención de arrastrarme hacía sí a través de mi propia pierna. Pero no, no lo logró, yo estaba de rodillas me giré lanzando la almohada en dirección a él, y… ¡acerté! Le dejé en el suelo, le dejé en la espalda la marca de mis dientes y me dispuse a dormir, aunque por poco tiempo.
Como decía, los rayos del sol me despertaban, de un sueño no conciliado totalmente. Mientras observaba el destrozo del piso fui pasando de una habitación a otra. Ahora, reflejándome en el espejo, mi figura me grita, no va a poder soportar ninguna magulladura más y él…
Él aún sigue dentro de mi cuarto.
*
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