Papel en blanco

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Hablemos de lentes

Maybe, it is not gonna work out.
Como ese... como ese sentimiento de déjà vu. Ese lo sabía y, de alguna manera, fuera del alcance de los astros o de los mayores magos mejor pagados, lo presentía. Como todos los demás. Y me sentía dichoso, de aquel momento, de aquella sensación, por fin, algo salía como pensaba, por fin, pude predecir... El futuro, pensé. Y sonaba totalmente coherente en ese minuto hasta que una gota de lluvía cayó en mi nariz. Justo en la punta de la nariz. Cogí el ascensor de mi ego y salí disparado hasta toparme con mi mente, el ascensor se derrumbó y no había nada más que tierra. Y olvidé que llovía. Oh sí, esa tierra de llanuras rocosas y montañosas... Oh no espera, todo lo estaba viendo en el escaparate de una pequeña tienda de "National geographic" en la calle que hace esquina con mi laboratorio. No es que sea científico, pero hago fotos de estudio, y mi estudio...Bueno, como no vivo allí se llama laboratorio. Ya sabeis ese lugar donde todas las ratas que entran salen perfumadas. ¿O no era así? Literalmente perfumadas no, que perfumado se queda el laboratorio pero sí con un cambio de lente, de perspectiva, más... no sé, pero menos dañino a la vista. Yo sigo creyendo que le hago un favor al mundo, a las familias, a las parejas, al cegado amor...Sí, a ese, al incondicional cegado amor que, aun intentado luchar como una loca en un videojuego de peleas, sigue perdiendo y después del juego terminado no hay botón que diga "reset". Continúa donde lo dejaste. Luego se mojan, como esas gotas de lluvia humedecieron mi nariz, pero al menos yo podía seguir respirando, no como mi consola... La pobre murió, y, menuda pena me dio romper ese cerdo para sacar todo lo que había acumulado en tanto tiempo, pero, así fue y, dos meses más tarde de la matanza la pude reemplazar. Como haré con todo lo demás. Las tazas, el objetivo, el estudio, las ratas...

Ondas de ficción

La primera palabra siempre fue la más difícil. Nunca supe estar tanto tiempo callada. Pensaba que era hora de escribir, de volver, volver a desmontar con teclas todos los años que atravesaron mis músculos, mi respiración, mis latidos. Era tan tarde, que prefería no regresar a casa. Mi habitación estaba entre las nubes y los nueves. Nunca pude recordar el nombre de mi calle. Nunca cogí un taxi, prefería continuar caminando. Aprendí tantos caminos a casa, y encontré tantas casas por el camino que me sorprendería poder acordarme de todas y escribir una lista de todos los colores de esas paredes que decían bienvenida. Sería todo un reto, quien dice reto no se refiere a cosas imposibles.  Podría recordar hasta el más minúsculo suspiro de cada persona con la que compartí unas palabras. Y eso estaría en un puesto bastante alto en una lista de imposibles. Hace un tiempo me preguntaba el por qué, por qué existía esa constante del recordar. Qué dichosa obsesión era la que tenía la gente recordando conversaciones, malditas palabras bien dichas, comidas, eventos, espectáculos, otras gentes, y muchas, muchas palabras de libros anticuados. Qué desconcertante, por qué merecerían tal reconocimiento. Me preguntaba, y callaba. Creí ver las más lindas sonrisas juntas, los más sinceros brazos dándose calor y los mejores amigos compartiendo una taza de leche, con chocolate o café, quizás té. Me equivocaba, todo parecía real hasta que llegaba a nuestros labios. La primera palabra es la más difícil de pronunciar. Y empezar. Empezar con nombres y apellidos, familias y edades; seguidas de pequeñas historietas, anécdotas simples que siempre sirven para conectar, para entretener, para decir que había un poquito de vida tras ese superficial, gélido, y serio rostro. A veces me demostraba a mí misma que estaba equivocada. Tantas caras y tantos malentendidos. Tantos nombres que recordar, difíciles de recordar hasta que cualquier mala interrupción aparecía, irrumpiendo en cada una de las escenas. Y lo juzgaban. No paraban de juzgarlos, y me quedaba parada. Parada como cuando te dan la noticia más apabullante y chocante del día y el vaso, el libro, el teléfono, lo que sea que tuviéramos en las manos se cae. Se cae y escuchamos el estruendo. Parecía que no era real, no hasta que el sobresalto del estruendo sucedía y, ya no había forma de pensar que era simplemente una broma, un rumor, un susurro de los de mentira. De esas mentiras que son verdad cuando la última palabra, se pronuncia. Y viene acompañada de una mirada cómplice que nos desvela la verdad delatando a quienes nos miran, intensamente, a los ojos. Creí saber cómo reaccionar, a todas aquellas palabras, a tales compromisos que nos rompen los esquemas. Creí saber reconstruir el desorden de mi cabeza, y diseñar rompecabezas. Me equivoqué. Estaba tan segura de saber responder, que cuando cruzaron las barreras del tiempo y el espacio, llegando a mi misma carretera, atravesando la primera verja del jardín, traspasando toda la alambrada hasta llegar a esta parte pequeñita de mi mundo, a mi persona, a mi mente. Y más allá, rozando mis latidos, mis suspiros. Y se quedó, conmigo. Y aún estoy aprendiendo a cómo reaccionar ante su impacto. Aprendiendo que, la última palabra escrita, esa última palabra que quede por pronunciar, siempre será la más difícil. La más difícil de asimilar, de absorber. De escribir. De pronunciar.

Feliz Año I

Amanecimos en un año impar. Los restos de la nevada de diciembre seguían cubriendo la hierba de un color blanco reluciente. El frío traspasaba la ventana sin llegar a mis dedos, y respirábamos, como en casa, en una habitación roja y ardiente, como el calor que escondían mis manos. Así amaneció un día de enero, en un lugar con buena compañía. Pensaba que mi más ansiado deseo y a la vez, el más imposible de todos, era convertirme en ese ser que controlase el tiempo. Pensaba, también, que cambiaría el mundo, pero eso aún está por ver. Pensaba demasiados disparates, ahora pienso que sería bueno convertirse en enero. Que alguien pare ese maldito reloj. ¿Es que nadie lo escucha? Una habitación llena de gente y nadie se percata. ¿Es que no quema tus oídos? Los míos están ardiendo, por favor, llamad a un relojero necesito que alguien tome las riendas en este asunto tan peculiar. Necesito que alguien lo haga parar. El tiempo. ¿Quién se cree que es? Señor si no le importa, por favor, deténgalo. Hay demasiados señores del tiempo en la televisión aún me pregunto cuál es su verdadero poder, porque hacer, lo que se llama hacer, no hacen mucho. El tiempo sigue pasando y no saben controlarlo. Oh... cuidado, que un tornado está llegando, y le han puesto nombre. Eso es lo que hacen lo llaman Isaac, y lo personifican, no lo detienen. Está por llegar, y pasó por encima de nuestras cabezas, fuimos a los primeros pisos a por una taza de chocolate caliente y un poco de compañía en situaciones extremas. Todos juntos mientras nuestras bicis intentaban sobrevivir por sí mismas, que lo hicieron muy bien. O quizás fueron esos señores del tiempo que de verdad, por una vez, hicieron bien su trabajo, que lo dudo. Parece que nadie escucha más que ¡feliz año nuevo! Sería feliz si dejara de escuchar el retintín de las horas, minutos, y segundos que pasan. Pensaba que sería fácil convertirse en enero, en invierno, en horas eternas en una cama sin caricias. No sé qfue de aquel rumor, lo decían un día en el mundo en sus letras Vetusta Morla. Mientras la nieve se evaporaba, y estábamos a horas de distancia, de mundos a los que creímos pertenecer. El reloj marca que es tiempo de volver. De comer. De dormir. ¿De soñar? Feliz Año I, empecemos a contar.

Dec. 29 - 2012 Nashville, In.

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