Papel en blanco

Open 24 hours

Sobre mi cabeza.

Estaba en medio de un pasillo, donde todos cogían sus maletas para dejarlas caer, y más tarde, recogerlas y marchar con ellas. ¿Adónde? Al fin del mundo quizás. O al infierno, allá donde su billete de ida sin regreso les permitiera el acceso. Mi puerta estaba bloqueada, la cerradura no se dejaba manipular, shit. Quería, desaparecer por unos instantes, hacer autostop cerca de la entrada de casa, y que unos extraños se apiadaran de mí, que me entregaran a comisaría si así lo deseaban, que hicieran conmigo lo que se les antojase porque tenían mi permiso. También me hubiera gustado amanecer en el primer prado que hubiera a la derecha, al lado de una rotonda donde el final sería quedarse enredado en ella, entre árboles de colores que ayudaran a respirar. Sucedía, que el cansancio asfixiaba y los papeles aún más. Olvidaba decir que, todos tenían sus maletas, y en una de sus manos, entre sus dedos, papeles, cartas, papeles, facturas, papeles, que no eran capaces de tirar, ni de hacerlos desaparecer. Y yo quería. Pretendía evadirme tal y como el día avanzaba, para a los cinco segundos no ser persona, no tener que pensar, ni decir, ni hacer, ni preocuparme, ni lamentarme, y mucho menos rogar o tener miedo. Bah, el mundo y sus locuras. Aunque las mías eran especiales. Algunas personas lo sabían, para ellas no era invisible. Y yo quería convertirme en uno de esos pájaros que revolotean sobre mi cabeza, porque aún era pronto para pensar que quedaba un mes, para que todos cogieran su maleta. Y tomaran su rumbo. Mientras tanto, yo me quedaba con el miedo como compañero, hasta que las malas ideas sucumbieran, hasta ver, en el último momento, la forma en que todo se quedaba grabado como pisadas en la arena. La puerta se mantenía sin abrir, demasiado tiempo y tan pocos aciertos, cerradura encajada, bromas forzadas, nervios y apatía. El bloqueo mental. Dichosa barrera tan difícil de traspasar.

Letras borrachas.


Sintonizaba la misma emisora al volver de madrugada. Se quedaba tumbada en la cama, atenta a esas melodías como si cada palabra estuviera dedicada y, delicadamente, cuando era el turno de una canción con la que se sentía identificada, apagaba la radio y, automáticamente, encendía el portátil. Entonces, a las seis de la mañana elegía su propia música, aleatoriamente. Las letras hacían que se evadiera de todo y todos, pero no desconectaba, y comenzaba a pensar cómo escribir algo que le resultara indiferente. Una tarea realmente imposible, se decía entre dientes. Alguna que otra noche, al volver de madrugada, también se conectaba, con intención de descubrir qué decía el mundo, qué ocurría a dichas horas: la gente llegaba borracha a casa. Era divertido, luego no se acordarían, pero ella lo recordaba todo, hasta lo que desaría olvidar con todas sus fuerzas. Y eso que, alguna que otra vez, ella también había vuelto ebria, y ni siquiera así olvidaba, aunque ella no bebía por olvidar, ya sabía que no funcionaba. Al parecer, una noche, a las 4am, sintonizó la emisora, como siempre hacía, pero esta vez fue diferente, había alguien que captaba la misma frecuencia. Desconcertados, se comunicaron por curiosidad. Y efectivamente, comprobaron que captaban la misma frecuencia, que se encontraban en la misma onda, y era cuanto menos curioso. De vez en cuando había encendido el portátil para ver qué decía el mundo, pero, desde ese momento lo encendía con tal de intercambiar palabras, delirios en una madrugada, que son difíciles de compartir, y más aún comprender. Se dieron cuenta de que vivían en una realidad parecida, y era tremendamente complicado buscar, para luego encontrar, esa sintonía de nuevo. Una emisora que no iban a permitir que se desconectara. A veces sólo bastaba que una palabra fuera escrita, con letras borrosas, para que el recuerdo no se borrara. Más tarde, las manos tenían que bailar, y los dedos descoordinados, marcarían el paso por el teclado, y la ventanita en blanco se transformaría en entendimiento. Ella se alegraba y dedicaba algunas letras de más, que sabía perfectamente, que eran insuficientes, pero, que sería un comienzo, iniciado por una D. Y se iba a dormir.

Bonita.

-Tú eres muy bonita.
-¿Qué me hablas, loco?

-No hablaba contigo, preciosa.
-Pues ya me dirás... No si la loca al final seré yo.
-Estoy loco.
-¿Y qué importa?

-La vida me enloquece.
-Ya sabes que a mí más.
-Sé que no volverás.
-¿A calles perdidas para recordar?
-Que el tiempo se nos va.
-Aix... la vida.
-Chica, sigue viviendo hasta que tu cabeza esté vacía. Y hasta que tu cuerpo te pida que ya no más.
-La vida enloquece.
-El tiempo se nos va.
-Y aquí nos ves, compartiendo una luna sin sentido, con unas estrellas oxidadas. Hemos vuelto.
-Es que ya no había más tiempo para poder perderlo.
Ĭ