Papel en blanco

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Vaivenes

Altiva y fría. Aquellos que me conocen se preguntaban cómo pudo entrar ella en mi vida, y de hecho, nunca tuve la respuesta adecuada para ello. Era bonita. Entró como un flash de una cámara fotográfica en modo nocturno: inesperado, penetrante, apabullante. Anonadado me dejó que fuera de aquellas personas que llegan para quedarse, qué grata sorpresa.
Y allí estaba ella, con su semblante impasible. Altiva y fría. Como ahora esperando el amanecer, que los primeros rayos de sol cayeran rendidos ante su belleza, y la saludaran con una reverencia. Se lo merecía, aunque mis amigos nunca lo creyeron, no supieron acercarse, tampoco quisieron conocerla, y no los culpo. Era difícil de creer, una pared había amado, y un corazón de fuego... En fin, esa es otra historia. Y es que hubo tantas historias, tantos ratos que desperdiciamos mirando el techo, bebiendo sin tener sed, armándonos con un poquito de valor cada día, para llegar al siguiente. De veras que esa fue nuestra única meta, respirar. Qué rápido es decirlo, cuánto cuesta conseguirlo. Querer levantarse cada día, dar todo lo que uno conoce tan sólo para compartirlo, sin fines monetarios. Qué mal está el país, decían cuando tuvieron que leer noticias de rescates ajenos. ¿Qué está pasando? Repetían unos, mientras otros mantenían giradas sus cabezas, con mentes vacías. Siempre admiraré su postura, su seguridad y confianza, su inteligencia. Ella era una musa entre las diosas. Qué suerte la mía, pensaban mis amigos cuando les hablaba de ella. No puede ser cierto, añadían, nos encantan tus historias pero aquí falta el plato esencial, no queremos tan sólo el postre. Ella, siempre prefirió primero el postre. Altiva y fría. Nunca fue salada, ni le faltó azúcar. Era tan dulce como las melodías que escondemos en nuestro paladar. Y cuánto lo disfruté.
Aquel amanecer nos sentenciaba, mi pacto estaba firmado, tan sólo quedaba pronunciar una sílaba tras otra, creando palabras, y a la vez, una barrera que ya sabía que nunca jamás podría atravesar.
-Sale el sol. -Me comentó en aquella madrugada.
-Está saliendo tu sol. El mío se escondió no hace mucho.

-Ven, te devolveré esa ilusión. -Inquirió ella.
-Hace no mucho, quise olvidarme. Lo siento, hace no mucho que perdí la ilusión, que me perdí. Hace no mucho que pienso en pensarte y me dejo llevar por mis pensamientos. Hace no mucho, la verdad, mi corazón quedó debilitado. Hasta que llegaste tú, y lo reconstruiste, le diste la fuerza necesaria para levantarse cada mañana. Gracias a ti, hace no mucho que aprendí que sin personas uno sólo avanzaría la mitad. Y aprendí, que hay que dejar ir, alguna vez, sólo alguna, hay que volver. Hace no mucho que quiero que mis alas crezcan, porque ya están suficientemente amoldadas a este espacio, me di cuenta hace no mucho, que necesito más. Hace no mucho me dijiste que podía haber conocido otras facetas tuyas, ahora yo te digo gracias, por haberme dado a conocer tantas. Gracias, por enseñarme que estamos en un viaje, en el que hay varios destinos y los pasajeros confluyen en tantas estaciones hasta llegar cada uno a la suya, y tú me has acompañado. Ha sido un placer encontrarme entre tus palabras, y tus labios. Ahora es mi turno de decirte, que me encontrarás si tienes que hacerlo, que si el lazo es tan fuerte, la visita será inminente. No dudes de los gestos, y cuestiónate todas las palabras. Mírame a los ojos, como siempre has hecho, y si encuentras alguna mentira, tan sólo, dilo. Y te escucharé, como siempre he hecho. Es mi turno, como te decía, de decir adiós, mi tiempo no es ahora, empecé a vivir hace no mucho contigo, y quizás deberíamos habernos topado en otro momento, en otras circunstancias. Y quizás, sólo quizás, hubiera podido ser diferente. El corazón de fuego ya se ha convertido en cristal.
Esta parada es la mía, adiós preciosa.

Y en ese momento, el tiempo pareció detenerse. Ella, como siempre. Altiva y fría. No intentó decir ninguna palabra, ningún suspiro salió de su boca, me comprendía, era la hora de partir, ojalá coincidiéramos. Tan sólo su mano reflejó el dolor de la pérdida, se aferró con fuerza a la barandilla, desde mi primera mirada, desde mi primera frase. Las palabras habían salido con fuerza, de la forma más cruel desde la absoluta ternura. No había espacio para el rencor, ella había llegado a iluminarme, de la misma manera que yo provocaba que ella nunca volviera a quitarse la máscara, y se convirtiera en cristal. Frágil, transparente, y, ardiente.

 
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