Papel en blanco

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Flechas que persiguen nubes esponjosas.

Desperté y llovía.
Llovía con suavidad, parecía que una capa de pureza rodeaba este dichoso barrio. La calle estaba desierta, en pijama me dispuse a dar un paseo, descalza.
Caminaba despacio, con intención de capturarlo todo: imágenes, momentos, sensaciones... El césped bajo mis pies me recordaba que seguía viva, esa escarcha indicaba que tan sólo estaba amaneciendo y que la noche se retrasaría.
Conforme iba pasando por la avenida me fijaba en esas casas apagadas, aún era demasiado temprano, e imaginaba quiénes podrían ocuparla, familias con niños pequeños llenos de ilusiones, como las que yo deseaba tener o ya tenía.
La pesadez de mi mente me abrumaba, y decidí pararla durante unos minutos que estuvieron llenos de sensaciones.
Simplemente sentía. Sentía que ese agua que resbalaba por mi cuerpo me mojaba, empezando por mi pelo desastroso que se iba despeinando aún más, como después de una noche de locura. La lluvia que caía por mi cara, que me hacía más difícil la tarea de saber por dónde andaba, era como si acariciara mis mejillas, y brotaran suaves besos de esquimal.
Mis brazos, que habían necesitado de otros para sentirse seguros, ahora rodeados por esa capa recordaban que tan sólo la brisa del viento podía arroparlos y la lluvia recordarles que esos recovecos vacíos estarían llenos de dulzura, y ternura, de nuevo, quizás pronto.
El sol no estaba dispuesto a aparecer esa mañana, las dudas se iban desvaneciendo a medida que el agua calaba cada vez más la ropa que llevaba, llegando así a mi piel que percibía el roce de las gotas de agua como si la acariciaran unos dedos con delicadeza. A la vez, mi cuerpo empapado experimentaba que estaba envuelto en un halo de calidez,que podía quedarse allí para siempre con la sensación de ser palpado, arañado, estrujado, mimado. Durante mucho más que una mañana, entre besos de cristal y fuego.

REmemoraciones.

04.09.2010

Una vez me contaron un pequeño viaje por tierras danesas en el cual participaban grandes y pequeñas personas, ella iba con españoles para conocer mundo, una parte de Dinamarca, Polonia, Letonia, y Rumania.
Se acercaban poco a poco, los jóvenes inquietos, por ver qué sucedería en una semana, ella y los españoles llegaron con retraso respecto a los demás que les llevaban un día o dos de ventaja. A pesar de ello, no tuvieron problemas en brillar, coger carrerilla y lanzarse al vacío sabiendo que iban a ser recogidos, con cariño, por todos los países, como siempre, unos más y otros menos.
Dinamarca los recibió con un trozo de pizza a las cinco de la tarde, todos creían que era la cena, demasiado pronto para su horario sureño-mediterráneo, y más tarde se saltaron la verdadera cena. La cocinera, desde luego, sería conocida. Además un mote me contaron que le pusieron y aunque todos los cocineros o la mayoría sean gordos, nada tenía que ver con aquel nombre que todos recordarán: la sobaco. Typical Spanish, do you know?
También les ofrecieron unos maravillosos cuartos, dos, separados por sexos en un principio, mezclados al día siguiente y ocupados ambos al pasado día. En aquellas clases de guardería dormían en colchones inflables, algunos mejores que otros ya que llegaron a amanecer en el propio suelo.
En cuanto a la comida, mejor no mencionarla, menos mal que el pan estaba bueno, decían. Y otros añadían que con hambre, se come, ellos lo hacían.
Los días eran activísimos, mañanas en las que se despertaban a las ocho, todos dispuestos a hacer esas actividades para aprenderse los nombres ininteligibles que los del norte tenían, había otras en las que se necesitaban compañeros de otros países para conseguir un buen resultado, aunque el idioma lo complicara, todos pudieron.
Sobre los chicos del país anfitrión, recuerdan, una chica pelirroja muy tímida que se sonrojaba con facilidad y más cuando un chico español o dos o tres, le decían ‘pretty, pretty’ you`re beautiful, con un acento español bien marcado. Ella que tenía una hermana igual, pero menos beautiful según ellos, porque ese moreno ya es típico del país del que procedían y es que el cabello pelirrojo llama tanto la atención… Creen recordar a otra muchacha, de cara bonita y muy fuerte, servicial y simpática, siempre siempre cansada.
Eran muchachas de poca fiesta. Y aquellos hermanos, rubitos con ojos azules, ambos acompañados casi siempre al final del viaje de una española. Todos daneses, tímidos.
Polonia, otra invitada, les ofrecía conversación, mucha música, palabras similares con las que se divertían y fueron los primeros en entrar por la puerta de la habitación para que se les enseñara jugar a las cartas, aquel juego que terminaba en pruebas o retos, propio de los españoles que acabó siendo un juego de azar y de invención. Algunos dejaron de querer a sus amigos en aquellos momentos para iniciar una etapa de venganza… que no pudieron lograr porque el juego apenas duró una noche más.
A las chicas les gustaba conocer al morenito, chico sevillano, y se iban en su busca preguntando a los monitores con tal de intercambiar algún ‘hello’ o ‘spildalait’. Desde luego, todos aprendieron la base del polaco e hicieron cometas juntos.
Los chicos de Polonia, escuchaban buena música, y se solían ver acompañados de otra española al comienzo pues luego prefirió los daneses.
Fueron personas a las que se les cogió rápidamente cariño.
Rumania les concedió besos. Una chavala pequeñita que estaba siempre en medio de todo, hasta de algunos colchones en los que se pretendía dormir, pero ella no dejaba, bailando por las tardes y sin parar por la noche. También ofreció bailes populares en los que la canción es fácil de aprender , y otros en los que el círculo hace que crezcan pasiones o besos tardíos y robados de los que los más listos pudieron disfrutar.
Sus nombres, unos fáciles de recordar, otros demasiados parecidos y dormían pronto, se solían perder la fiesta que había por la noche, dicen que una vez los españoles trataron de invadir su cuarto, con unos bates como los de béisbol , unas máscaras blancas, un ahorcado y unas vestimentas muy poco elegantes… Qué extraño. También ellos hablaban un extraño inglés, como un personaje con rasgos asiáticos que hablaba con la boca demasiado cerrada y era difícil entender, y pretendía que escribieran lo que decía, menuda labor más complicada.
Letonia. Oh, Latvia. Se les puede denominar los reyes del deporte, llevaron el frisbee del cual acabaron todos hasta las orejas. Por la mañana, frisbee, por la tarde si no hay más que hacer, se vuelve a repetir, si llueve qué mejor que un partidito con sus campeones y perdedores, sus caídas y resbalones en la tierra para luego tener que ser los últimos en la ducha. Bailaban, como robots. Todas las noches tenían fiesta con olor a humanidad en su habitación, el portátil, youtube, y tiesto como música. Demasiado unidos, y sí, la mayoría con un inglés fluido.
España. Fueron allí en busca de fiesta. Ellos creaban las fiestas.
Eran sus famosas noches sin dormir, llevando los colchones al césped, a disfrutar del frío veraniego de un agosto en Brovst. También eran los más vagos, utilizaban un carro amarillo para transportarse en forma de patinete, y las polacas se le sumaron, más tarde también alguna que otra letona. Acabaron por ser queridos, algunos más que otros, aquel sevillano morenito causaba sensación en la Europa del norte. Disfrutaron, como niños, que lo eran, como adultos, que pretendían ser, y se escaqueaban, como adolescentes. Pasaron días, noches, tardes, madrugadas, y atardeceres, con sus respectivos amaneceres.
Un frío que ahora se recuerda cálido. Unas vidas que se juntaron, durante una semana, unas vidas que se llevaron un pedacito de todas las demás. Que siempre quedarían los restos de ese Denmark’10.

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