Papel en blanco

Open 24 hours

Algo tan hermoso como

Hoy es la hora de revivir. De crear un mundo entre monosílabos y miradas. Llegó el momento de disfrutar, de reír y de escribir. Sobre todo, de eso último, de escribir el texto más hermoso que nunca jamás llegó a ser escrito. Siempre hay una primera vez, y esta, no será la última.

Algo tan hermoso como el suspiro de los pájaros al alcanzar su cima.
Algo tan hermoso como la ternura de una mamá al tomar en brazos a su bebé.

Algo tan hermoso como encontrarse tras haberse perdido en las sombras.
Algo tan hermoso como un buenos días, en días grises.

Algo tan hermoso como el halo de color de alguien que sonríe.
Algo tan hermoso como sentirse querido.

Algo tan hermoso como la melodía de las canciones.
Algo tan hermoso como haberse conocido.
Algo tan hermoso como aprender que vivir significa separarse.
Algo tan hermoso como saber que detrás viene un reencontrarse.
Algo tan hermoso como sonreír de nuevo, en diciembre, y en marzo, tras un verano.

Algo tan hermoso como conocer.
Algo tan hermoso como conocer, y reconocer.
Algo tan hermoso como besos regalados, y robados.
Algo tan hermoso como no pedir nada.
Algo tan hermoso como escuchar la lluvia de fondo, en meses de sequía.
Algo tan hermoso como la intensidad.

Algo tan hermoso como ser feliz.
Algo tan hermoso como ser capaz de vencerse a sí mismo.
Algo tan hermoso como querer lo que tienes, y no esperar nada de ello.
Algo tan hermoso como la palabra beautiful.
Algo tan hermoso como sentirse real.
Algo tan hermoso como ser esperado.
Algo tan hermoso como la pura imprudencia.
Algo tan hermoso como dormir a su lado.
Algo tan hermoso como despertares acompañados.
Algo tan hermoso como los gritos de desesperación por otro mundo.
Algo tan hermoso como las ganas de luchar incandescentes.
Algo tan hermoso como los alientos de dos cuerpos que se funden.
Algo tan hermoso como el chocolate fundido en una tarde de invierno.
Algo tan hermoso como palabras susurradas a los oídos.
Algo tan hermoso como convivir.
Algo tan hermoso como niños asombrados en el metro.
Algo tan hermoso como parques llenos de pasatiempos.
Algo tan hermoso como barcas sin retorno.
Algo tan hermoso como viajes inacabables.
Algo tan hermoso como el tiempo que dice adiós.
Algo tan hermoso como un texto.
Algo tan hermoso como párrafos que hacen sentir.
Algo tan hermoso como aprender a amar.
Algo tan hermoso como descubrir.

Descubrir que el tiempo lleva la cuenta a su favor, caer en la cuenta de que existe el presente, que las horas interminables acaban, que los suspiros desaparecen, que las burbujas se rompen. Y vivirlo.



Algo tan hermoso como vivirlo, aunque sea el último momento. Y descubrir, otro mundo.

Algo tan hermoso como respirar.
 

Hablemos de escondernos.

Ese ansia de huir cuando está nublado. La ambición de los anónimos por seguir siendo sombras. Esas sombras que nunca relucen, que destellan. Y son pisadas las que uno divisa cada mañana, de aquellas personas que se cruzan, que se miran, que intercambian olores y palabras de cortesía. La vereda que atravesamos a diario, sabiendo uno qué le espera, sabiéndose a sí mismo. Y perdiéndose. Como aquellas personas inteligentes que dieron un vuelco a su corazón, sintieron más de tres veces y no se dieron por vencidas. Tornaron su rumbo hacia nuevos horizontes sin playas, sin azoteas, sin tejados en los que cubrirse de estrellas una noche. Porque en el centro, hay demasiada polución, olas azules que asfixian, pero nada importa cuando tres escondites se convirtieron en uno mismo. Una guarida para tres, conversaciones a tres. Comidas que se alargaban por no separarse, aunque en ello consista la vida. Comidas improvisadas que saben mejor en compañía, sin escondites. Mensajes ocultos entre cada sílaba, entre animales, y entre paredes que se enredan y a pesar de que sean de papel, mantienen el calor de los abrazos que algunas noches se necesita. Acciones espontáneas que unen más que separan, porque no somos de números y no necesitamos ocultar nuestra cifra, quizás sea 75. Quién sabe. Ocultarnos en las calles más grandes de Madrid, y desconcertarnos. Buscar un nuevo destino, internacional. Cruzar el charco, y aun así, mantener la esperanza de que al volver, habrá una guarida de tres cerca de los garitos más oscuros, en los cuales extraviarse hasta el amanecer, hasta que el Tribunal diga basta, ya es hora de volver a casa. A casa de tres, y sólo esconderse en una tela de araña en días soleados.
Ĭ