Papel en blanco

Open 24 hours

Deseos y más deseos

Dientes de acero, aún siguen surtiendo efecto. No hay palabras que embelesen, que encandilen como mis ojos lo hicieron una vez. Ya no se miran a los ojos, saben mentir con ellos, prefieren seguir parpadeando, manteniéndolos cerrados, cegados. Las voces dulces, dicen, son las más sutiles, que transmiten esa sencillez que poseen, que asombran a quienes las escuchan. Si al menos alguien escuchara... Las ondas se expandirían, las paredes y murallas se desplomarían. La palabra sería la fuente de aquellos sentimientos que florecen con miradas, pero, mienten. Ojos, iris, párpados, pestañas y boca, lengua, dientes, labios se alían, juntos, pretenden llegar lejos, sin llegar a ninguna parte. Así no funciona, it doesn't work, sigue buscando, quema cartas, letras. Y siéntete a ti mismo. Encuéntrate en aquellas palabras ajenas que tanto ansías. Deja aparte las tonterías, arriesga, y a ser posible, gana. Es difícil cuando ya no se regala nada. Ni siquiera una mirada, se rechazan. Querría encontrar buena conversación, de aquellas inexistentes, que llenan sin tener que decir nada, unos brazos abiertos que comiencen con un saludo, y se despidan con un hasta luego. Ojos abiertos que sepan apreciar, un hola mañanero. Ojos cerrados que disfruten de la inocencia, de esa que ya no queda, que a veces, sólo a veces, aparece. Muy de vez en cuando. Cuando dos personas igual de inocentes, disfrutan entre ellas y no, no con besos de contrabando, con palabras. De aquellas que ya no quedan. Encenderé una vela. Tal vez aparezcan. Si se quema el papel, vendrán a por refugio. Aquí tienen donde quedarse. Tal vez, se queden más tiempo del pensado. Tal vez, si las tratamos con cariño. Tal vez, sólo tal vez, si no mentimos. La llama aún resiste, quizás quede esperanza, de esa roja, que no verde, del rojo de la pasión, aún se puede dejar esperanza, en asuntos del corazón, en la pasión.


Hojas de otoño

Caían, poco a poco. Aquellos meses de verano quedaban atrás. Aquellos maravillosos años. Aquellos recuerdos que volvían disfrazados de películas. Cinema Paradiso. Quién volviera a la infancia. Me encantó ese último libro. Segundo año. ¿Quién lo diría? Y ya todo es nuestro. Controlamos nuestros movimientos, nos dejamos llevar. No me mires así, sabes que es cierto. Es una contradicción correcta. Elegimos andar o pasear, soñar o recordar. Volar o caminar. Y ya es segundo. Un segundo otoño, una segunda oportunidad, un segundo más, ahora uno menos. Ey, tranquilo, no te atormentes, que aún tengo en mente primero. Aun así, es el primer día de otoño, de un otoño que nos hace renacer, despertar por primera vez. ¿Dónde? En una cama distinta, con otras vistas. No sé si volveré, nunca lo sé, cierto, como murmullas, hasta el último momento no lo sabré. Como siempre, y para variar. Amaneceres. Sigues haciendo los mismos comentarios, y no, no me aburres. ¿Te sorprendo? Claro, los míos son más ingeniosos. ¿Ahora te das cuenta de que crecí? Estoy orgullosa de mí. Vaya, veo el primer verano como una tontería. Y qué razón que tienen algunos discursos. Una vez, hace muy poco tiempo, me escribieron sarai piu felice. Estaban totalmente en lo cierto. Quiero volver, pero prefiero volar.

Quién te diría

Que aquel día en el que julio terminaba, y agosto aullaba con ganas de salir a la vez que la luna, íbamos a hacer un viaje sin retorno. Montamos, ya lo sabes, en un coche, que nos llevó a un tren, a un metro desorganizado en el que era fácil caer escaleras abajo rodando con dos maletas, después le tocó el turno al avión, vimos un par de aeropuertos en un día que parecía que no acababa, y llegamos a una estación donde perdimos el norte, el sur, la concentración, y conocimos la ciudad del amor, o así la llamaban, París.
Un austríaco despistado nos llevó en underground, en tren, y caminamos hacia la suite más hermosa de todas, en la que teníamos que poner nuestro propio colchón.
Quién te diría, que no ibas a regresar. Quién sería aquel chiflado que te saludaría al entrar, y te diría que 3 weeks, iba a ser toda una vida. Y en ese momento, no le creerías.
Que a la mañana siguiente, una veintena de desconocidos, se iban a convertir en cuarenta brazos que nos iban a acompañar durante el resto del camino, en noches al lado del Danubio, en madrugones innecesarios, en comidas que pasarían a ser un Could you pass me nutella, please? Yes, the big one. Thank you. Que esos cuarenta brazos, también estarían en horas de transporte público, en performances en el TUWI, en intercambios de palabras malsonantes. Un ¿qué coño pasa? incesante.
Quién te diría que presenciarías la primera salida de fiesta de una persona asiática a sus veintidós años, la primera vez que unas chicas de nacionalidades diferenes cocinan juntas, un primer cumpleaños en el extranjero, un karaoke con canciones de rock y variado, en una pedida de matrimonio de lo más particular, en bailes todas las noches y todos los días, en amaneceres esperando que abran el metro de Viena. Quién te diría que estarías en el primer momento, en el que una persona se siente a sí misma, y se descubre, mostrándolo al resto. Que el teatro formaría parte de tu vida, más allá de actuaciones en lugares cerrados. Que el voluntariado te llevaría más lejos de lo que nunca pensaste, ni soñaste. Que un viaje te devolvería la vida, y te daría miles más. Que nadie esperaba nada.
Quién te diría que todos llegarían a ser los pilares básicos de tu vida, desde el amanecer hasta el anochecer, un grupo en el que cada uno daba su propia esencia, en el que cada uno por sí mismo era elemental. Lo llegamos a saber antes, y hubiéramos pensado que se trataba de un cuento chino, de estos de hadas, aunque sin príncipes azules.
Quién te diría que después de tantas horas, no nos aborreceríamos, que aún necesitaríamos más, que nuestras vidas han dado un vuelco de trescientos sesenta grados. Que nunca antes había conocido tantas pequeñas grandes personas, que apreciaban las pequeñas cosas, que agradecían cada gesto, cada mirada, y lo compartían. Complicidad. Incluso a veces, con personas menos esperadas, que las apariencias engañan y nos dimos cuenta a tiempo, para luego recordar en un viaje a Madrid, tres semanas que aún parecían no haber acabado. Tantas lágrimas en tan poco espacio, tanto sentimiento en poco tiempo, tantas palabras que recordar, tantas letras en trozos pequeños de papel, tantas noches que quedaron, tantos límites geográficos que romper, tanto que compartir, tantas palabras que intercambiar, tanto por aprender, tantas culturas que conocer. Aún sigue siendo el principio.

Quién te diría, que el echar de menos, iba a ser tan recíproco.
Que faltan abrazos. Que el vacío lo llena una página de internet llamada caralibro. 


 
Ĭ