Papel en blanco

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De bienvenidas y mudanzas.


Será que soy adicta a las despedidas. A no dejar ir esos sentimientos que tanto, tanto me han hecho vivir y crecer. Será que me cuesta despegarme de las vidas que han dejado tantas huellas en mi camino, que las tengo que plasmar. Nos hemos cruzado y ha sido solo un año (y algo más). Un año intenso, como los días que más me gustan. Un año lleno de aventuras, de nubes grises, de sostenibilidad y mucha cerveza (bueno, no tanta, aún queda más). Y será, que las mudanzas siempre me han hecho sentir tanto, porque es el cambio, lo que nos pasa, lo que nos sigue pasando y nos da un vuelco al corazón, aunque ahora solo sean varias mesas las que estén en nuestro camino. Y será, que la última mudanza la ansiábamos con tantas ganas, que ya casi la olvidamos. Si recordamos, fueron muchas cosas. Una planta 2 en la que aterrizamos, una llegada un tanto ajetreada y unos inicios en un edificio que se desmoronaba en el que lo daban todo por una mesa en la terraza. Un verano sin vacaciones para algunos y un julio hasta arriba para otros. Una primera mudanza a una cueva desconocida para muchos. Alguna planta que daba reacciones alérgicas, un frío invernal en un sótano oscuro (casi de película de terror) y muchas horas de saturación compartidas. Sobrevivimos a encuentros de entrevistas entre pinchos de comida, logramos, también conseguir algún que otro trozo de pizza y sobrevivimos a una fiesta navideña en búsqueda de comida. Fueron, mucho antes, algunas que otras risas, muchos cambios, algunas sorpresas al volver de vacaciones, un exilio al extranjero y dos nuevas pequeñas vidas que aparecerían más adelante, para no dejar dormir a algunos. Porque han sido comidas, pocas, pero significantes. Un amigo invisible que nos acompañó en una bendita locura, donde celebramos lo que el sótano había unido. Un selfie que cerró una etapa, un ruso, que ha cerrado, literalmente. Un vietnamita que fue de bienvenidas y un goiko de reencuentros con una dublinesa, que ya se ganó ese nombre. Esos pasos fuimos los que dimos juntos, entre cajas y más cajas, algún que otro café y muchas palabras. Y, por supuesto, gifs. Y memes. Otra mudanza, entre stories, copies y estrategias. Y más cajas. Un edificio con nombre propio, con luz y cristales, pero sin ventanas. Con un día a día, absolutamente lleno de clientes, mucho amor y mucho hater (no nos íbamos a librar). Una vida nueva después de vacaciones, un estrés que tarda dos semanas en irse y dos días en volver. Por una vida más sana (o no) y algunas adictas a esa app de gimnasios, porque también hay que moverse. Por un “no se puede comer en las mesas” y una comida que no se volverá a repetir en la cantina. Y por mucho más. Por tu paciencia, como ya han dicho. Por tu discurso. Por tu trabajo, porque marca la diferencia. Enseñas (verificado por las más nuevas) y haces que crezcan. Gracias por tu tiempo para todo. Por tu dedicación. Y por ser inspiración. Dicen, que mirar atrás nos ayuda a mejorar, pero, en este capítulo no se da el caso, salvo por el frío infernal, ha dejado el listón muy alto. Hoy, ese next chapter, se hacía completamente real al dejar esa mesa vacía. Gracias, por todo. A ti. A todos. Por compartir y ser personas.

¿Qué es? Curiosidad

¡Cómo está durmiendo esa chica! Hace una hora ya que entramos en el vagón, aún no se ha despertado. La miro y abre los ojos de vez en cuando. Mira por la ventana, siente el sol directamente en su piel, y me sorprende que no le moleste, está brillando demasiado en esta mañana de agosto. Ella ni hace esfuerzos para taparlo con la cortina, vuelve a cerrar los ojos y sigue durmiendo sin que nadie la distraiga. Creo que me ha visto, pero ni siquiera mi intrepidez ha podido con su sueño. Parece más bien un oso polar, o un osito de los que están siempre hibernando, pero es agosto. ¿Estará bien? Me sigue llamando la atención, a mí, que soy tan inquieta que ni puedo parar tres horas sentada en un tren, en el mismo asiento, y ella... a saber cuántas llevará tan quieta, tan calmada, como si para ella la mañana no existiera. Por lo menos llevará una hora entera durmiendo, y las que le queden. Si se despierta intentaré acercarme a ella, pero dudo que hable con una niña tan pequeña como yo. Ella tampoco parece mucho mayor. Mi hermano también siente curiosidad por ella, intento cambiarme el asiento con mi padre para sentarme justo delante de su asiento, con la excusa de que mi mamá está durmiendo y quiero estar con mi hermanito, a ver si así puedo mirarla de cerca. A mi madre, que está a mi lado, ya le gustaría que me copiara de esa chica, y cogiera el incómodo asiento de tren como si fuera mi cama, a la que llegaré esta noche, pero yo no puedo evitar que aún es de día y estoy completamente despierta. Debería decirle a mi mamá que esa tendría que ser hija suya, qué contenta estaría. Espera, espera... ¿Qué es lo que están viendo mis ojos? Vuelvo a mirar para asegurarme. Justo ahora que mi padre me ha cambiado el asiento parece que ella se está despertando. ¡Vaya! Justo en el mismo momento que me dan los auriculares, la película empieza, y mi hermano ya ha visto el título. Esta nos va a gustar me dice, que es de dibujitos animados, de animales, sus preferidos. Él es mayor que yo, pero más tranquilo, y me gusta ver las películas con él en el sofá de casa, esto es un tren y aquí hay más cosas que mirar. A este chico no le interesan las cosas de mayores, a mí me gustan todas porque no las entiendo, me gustaría saber por qué esa chica viaja sin papá y mámá, sin hermanos, ¿estará perdida? No parece muy mayor.... La película empieza y los animalitos del parque de la película tratando de buscar cacahuetes para alimentarse, me he enganchado. Llevo un ratito con la película, pero ahora me giro y la veo ahí, de reojo, a través del hueco del antebrazo de los asientos, miro para atrás y allí está, despierta mirando hacia arriba, parece que también estaba viendo la película, tiene los auriculares puestos. Y me mira. Esta vez sí he conseguido su atención. Me mira con ganas de que aparte la vista y deje de invadir su espacio. Mi intrepidez me pide observarla, quiero ser su amiga pero mis papás nunca me dejarían hablar con desconocidos, no son niños son personas mayores, con más peligro. Yo no creo que ella tenga peligro. Vuelvo a mirar, esta vez con gesto de niña traviesa, más que de curiosidad, y me responde. Esta vez me ha devuelto una media sonrisa. Esta amistad yo creo que va a funcionar, aunque la edad, no sé... Siempre quise tener una hermana mayor, quizá ella pueda ser mi hermanita. Me gusta su pelo, es muy largo, el mío es corto pero tenemos el mismo color, si lo tuviera así de largo como ella también tendría las puntas más claritas. ¿Cómo se lo digo? Mis padres se van a enterar si hablo. La vuelvo a mirar. Me responde con una sonrisa. Le pego flojito a mi hermano en el hombro, para que él también mire. Tiene curiosidad y saca toda su cabeza por ese huequecito, la mira y ella ya responde sin dudar. A él le da tanta vergüenza porque es tan tímido, que, enseguida, se gira bruscamente y me regaña con sus ojos. Teresa, no hagas eso, invades el espacio de la gente, yo lo he sentido, eso estaba mal. Lo que él no sabe es que ella me deja, estamos creando un hilo invisible, una conexión que nadie más puede ver, es nuestra. No vi el final de la película, conseguí que la chica intercambiara gestos conmigo. Diferentes expresiones faciales, carita triste, sonrisas felices y miradas inquisitoras, mi intrepidez y su sinceridad se hicieron buenas amigas. Tanto, que hasta chocamos los cinco con las manos, y me dijo hasta luego ondeando su mano derecha. En cuanto entré en el tren ya tenía ganas de salir, se me había pasado el tiempo, le pregunté a mi papá y ya sólo quedaban diez minutos. La chica estaba empezando a recoger, y vi dos peluches pequeños, uno era un panda, me hubiera encantado que me lo regalara. De mayor tendré uno como ese. Papá, papá, vayamos a por las maletas, tenemos que salir pronto, le decía porque quería ver a esa chica antes de marchar a casa, y hablar con ella mientras salíamos del tren. Mi papá no me hizo caso, salimos, pero ya era muy tarde. Para mi sorpresa, la volví a encontrar porque nos perdimos por el camino del andén a la estación, y me volvió a sonreír. De mayor, quiero ser como esa chica, tener un panda, y viajar a muchos sitios haciendo amigos. Pero me prometeré a mí misma, viajar acompañada. Aún no sé por qué una chica así no tenía compañía. A lo mejor la estaban esperando, como a nosotros nos recibirían nuestros abuelitos, con la comida hecha ya en casa y muchos abrazos. 

De Lastres. Y Velociraptors



En algún lugar del mediterráneo se escuchaba una canción saliendo del bolsillo, de alguien que andaba por la playa a un ritmo estrepitoso, con ansias de llegar directamente a su coche, incluso sin tener que sacar las llaves del pantalón, y, arrancar, para irse a dondequiera que la velocidad le llevara, Alemania quizás. Vibraba, y con su mano pegada al dichoso móvil escuchaba su melodía, lo siento por interrumpir, sólo he venido a preguntar… Seguía dubitativo, había mirado el número de pasada. Sería publicidad, se decía a sí mismo. A estas horas, quién se iba a acordar de mí. Era la hora de cenar y aún no había pegado bocado. Madre estaba en el pueblo, no podía ser ella, pensaba. Y la melodía seguía, razones para desistir y tiempo para imaginar… Echó un vistazo rápido a ese dichoso teléfono, el que le acompañaba desde que acabó segundo, o dejó la carrera, y la empezó de nuevo o lo que sea que hiciera. Si total, ya nadie sabía de su historia con las asignaturas y las universidades, si llegados a este punto se habían olvidado todos de él. ¿Quién sería? Terminó. Y él respiró. Arrancó, fue a la velocidad que la oscuridad le permitía, ya se había estudiado todos los semáforos, las paradas y los satélites. Como si fuera un rayo que se propagaba a la velocidad de la luz siguió sin destino a uno de sus rincones favoritos. Alguien centelleante en su vida le estaba esperando, no era la primera vez, ni sería la última. Estaba lleno de vida, de nuevo. Sólo tenía que conducir, y estaría en los brazos que tanto, y tantas noches de cine, le habían calmado. Esta vez para su sorpresa, no le estaban esperando. Aparcó. Miró a las pocas estrellas que había, y salió del coche a buscar la casualidad de su vida. El teléfono volvió a vibrar, empezó a sonar. No llegó la melodía a sonar.     

- ¿Hola? ¿Dónde estás? ¿Has tenido algún problema? Sabes que puedo ir a recogerte. Mándame la dirección. Estaré ahí en un par de minutos. Lo siento, tenía que haber insistido en ir a por ti. Es tarde. En verano la gente es más peligrosa…
-No sé de qué me estás hablando, suenas estresado, deberías ir a ocuparte de tus cosas.
-No me lo puedo creer.
-Yo tampoco, aún no me creo que no me hayas colgado el teléfono. No tienes bloqueadas las llamadas.
-Es una historia muy larga….
-Ya te contaré, voy muy jodido, una historia muy larga. Como siempre. –Soltó tajante una voz femenina.
-No contestes.
-¿Y si contesto?

Colgó. Sintió el impulso de arrojar el dichoso móvil por el precipicio. Que se estampara contra las rocas, y se rompiera en pedazos, igual que él lo hizo una vez, hace dos años. Recapacitó, si perdía el móvil la perdería también, no podría encontrarla.  Había sido todo muy precipitado, no podía permitirse esa llamada. Durante dos años había actuado tan precavido que, en un momento de distracción, lo iba a perder todo, todos esos esfuerzos. No podía permitírselo. Él tenía que seguir adelante. Cogió su coche y fue a buscar esa vida centelleante, que lo estaba esperando, en la otra entrada del  Montjuic.
 
Mountjuic - meilink.net - BCN Spain


Esa voz femenina, la que había estado al otro lado del teléfono durante los segundos más fríos de su vida, se resquebrajó. Se quedó sin palabras para esa conversación o cualquier otra, para tantas noches de insomnio de letras a las 6 de la mañana que habían acabado en silencio. El silencio había hablado, y esta vez daba sentencia. Una sentencia que aceptaba, que le devolvería a la vida poco a poco, quizá a ritmo vertiginoso, quién sabe. Ni siquiera ella misma sabía a qué vida, pero sabía que le había devuelto algo que era maravilloso, y que poco a poco le iba a dar cada pedacito de vida que le había arañado. Volvía a escribir.   

El Último Rayo



Nunca había dejado de ser una tormenta que arrastraba con ella todo lo que sobrepasaba. Tormenta de verano, de invierno, de rayos. Hasta que uno de esos últimos me atravesó desprevenida. Me detuve menos de un segundo a mirar el mapa, ese de usted está aquí seguido de una mano con un dedo índice que señalaba mi ubicación. Nada más identificar dónde me hallaba, ese rayo me alcanzó. Mientras, la niebla disipaba el camino. No había vuelta atrás, la tormenta era el final de nuestra aventura. Tú y tus tormentas. Yo y mi cansancio. Mi sed, mi necesidad de cambiar el rumbo. Tu tormenta arrasó con todo lo que se encontró, se mudó al noreste llevándose consigo todas mis energías y aquel GPS que con voz robotizada me dirigía cada kilómetro a ti y a tus tormentas. Se fue, la tormenta, con ese rayo estruendoso que se alejó ya sin hacer ruido y mis ganas de pelear se fueron convirtiendo en susurros que la tormenta se llevó al mar. Ya sólo quedaba ese libro de poemas. Veinte. Una cuenta atrás. Y una canción desesperada, allí donde se había perdido la conexión.


We do not longer hold on to let go.
Ĭ