Papel en blanco

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Un día cualquiera.




Se levantaba a duras penas, sin sueños, todas sus ilusiones deshechas. No podía si quiera hablar, estaba demasiado asustada y muy débil. Intentaba hallar un refugio, alguien que fuera capaz de ayudar sin empeorar la situación aunque fuera tarde y ya el caso de fiarse de otra persona fuese imposible. Tenía miedo de todo, de todos. Cada persona cruel hacía que pensara que todo el mundo era igual y más habiendo vivido una de las peores experiencias.
A pesar de que el día se levantara con una sonrisa, el sol radiaba en esa mañana de enero por muy increíble que sonara, a penas hacía frío. El despertar fue enternecedor, el pequeño estaba jugando con los rompecabezas y como una pieza se metió bajo la cama él fue a buscarla tirando así de la colcha que me arropaba en la cama.
Como cada mañana, le llevaba al lugar en el que mejor se desenvolvía con sus amigos. Esta vez, no regresé a casa, decidí tan sólo observar, con lo cual tomé un largo paseo en coche para aliviar esa monotonía que estaba entrando en mi vida.
Al volver, el pequeño no jugaba en la alfombra del salón. Extraño. Quizás estuviera durmiendo pero en su habitación no se escuchaba ninguna respiración. El corazón latía cada vez con más fuerza, acercándose a la desesperación.
Lógicamente, él, él invadió mis pensamientos entró sin llamar a la puerta… (irónicamente). Tan sólo sonó el teléfono al cual me abalancé para que no cesara la llamada, como era de esperar, él se ubicaba al otro lado de la línea pero no me di cuenta que la irresponsabilidad y el temor habían hecho que la entrada principal a la casa estuviera abierta, de par en par.
El teléfono cayó retumbando en el suelo, él apareció en la sala e inocentemente creí que era una señal, que él estaría a mi lado para ayudarme y ofrecerme su apoyo sobre todo en estos momentos.
No sé cuan equivocada estuve, ni cuál sería mi perdición, aquella que poco a poco se me antojaba como más adictiva y no podría resistir.
Todo mi mundo se desmoronó en cuanto descubrí aquel gesto en tu mirada que me mostraba todo lo contrario a lo que había imaginado y ello originó que recordara esa mirada fulminante hasta que encontrara el sitio en el que debiera estar, que lograra borrarla de mi mente.
Por la puerta trasera salí de esa casa a la que jamás volvería, empecé a correr sin rumbo, buscando a esa persona que estuviera allí, esperándome. Ni siquiera pensé en todo lo que estaba dejando atrás porque ya había pasado lo peor… Y mi pequeño…
Fue una sensación que nunca olvidaría, como si estuviese en el rincón más remoto y escondido de la calle más estrecha y menos transitada de la ciudad, exceptuando los gatos que se movía como querían por allá. Sentía haber sido zarandeada, golpeada y aplastada. Estaba totalmente devastada.
Y aún seguía con vida.

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