Papel en blanco

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Un 28 de agosto.

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Dicen, que las despedidas nunca fueron buenas y pienso que lo único que acontecen son cambios, echar de menos (o no), nuevas adaptaciones, y muchos muchos recuerdos.
Después de mucho tiempo pensando cómo dedicarle un texto, un párrafo, unas palabras a ese día, ha llegado el momento de escribir, aun sin tener muy claras las ideas. Plasmar detalles como lo son esas miradas que dicen que no te separes de mí, que no, aún no puede ser porque es demasiado pronto y va a empezar septiembre, teníamos que haberlo empezado juntas... pero no.
Miradas que no se olvidan, imposibles de rememorar por su valor único, por ser sinceras. Algunas susurraban palabras al oído, mucho echar de menos aunque estuvieran juntos pues ya sabían que significaba separarse. Más te quieros enredados, dados con especial énfasis. Miradas, que se convertían en gestos, que se mantenían en la línea de la complicidad, en lamentos entre dos, en sorpresas de sentimientos enjaulados. Miradas furtivas a pie de playa, buscando respuestas, buscando quizás algo que ya sabían que existía y deseaban borrar, y dejar atrás, como si no vieran nada, como ojos que no ven, corazón que no siente. A pesar de que los corazones, siguieran sintiendo separados, pues hay historias intensas que no dejan de latir, que sus huellas marcaron más que un período largo de acomodamiento. Miradas especiales que recordaría, miradas inofensivas que derrocharían lágrimas, más tarde, al final de la noche, al final de todo, cuando llegara el último momento de esa historia de cinco que habían creado. Porque hay historias cortas que marcan más que las que duran años por simple conformismo. Miradas llenas de egoísmo, que estaban por estar, porque no había nada mejor que hacer esa noche. Miradas que confesaban, que estaban enjauladas y tenían que salir de esa bola de cristal a prueba de balas, que poco a poco, habían comenzado a sentir el aire en sus pupilas y ya conocían el final que habían elegido, no sin equivocarse, pues algunas ya veían el camino torcido que habían preferido, lo fácil, sin saber que la competición, la preserveración por lo difícil, por lo que verdaderamente se quiere, da mucho más de sí, hay miradas que por ello se sienten realizadas, porque después de mucho, lo lograron y dirigen sus iris al cielo, demostrándole, que ya están en su propio limbo. Otras, miradas perdidas cual náufrago en una isla desierta, en un mar sin esperanzas, conociendo sólo que les quedaba mucho más en aquella playa, mucho más que un insignificante 28 de agosto. La mayoría rebosaba sinceridad, pero muchas más tenían incrustada la hipocresía de un mundo hecho para ellas, donde iban a arrasar con todo lo que tuvieran por delante, sin mirar si se trataba de una dulce piruleta o de una colilla pisoteada. Miradas que aprendieron a mentir, otras decían mucho más sin saberlo, aunque quizás no quisieran verlo pero sí tenían constancia de ello, de que sus murmullos se dirigían hacia los ojos de su receptor, donde sellaban la paz, con ojos cerrados, con miradas mudas. Miradas con temor, por ser incapaces de retener el tiempo, por sentirse impotentes al pretender coger un pedacito de ese día, de esa noche, de esa luna y repartirlo durante todo el año, y así sucesivamente. Miradas que deseaban aprender por sí mismas, a caminar, de una mano simplemente, y ver que merece la pena, tomarse un helado a la vera de la arena, junto a unas pequeñas miradas impacientes que jugaban a intercambiarse sabores; aprender a darle el justo valor a las situaciones, a cada mirada que se sucede, que no hay vuelta atrás en ese mundo, y cada mirada tiene un momento, porque llega otro, y otras miradas, que relucen más, y se llevan lo que otras dejaron libre, por tener un miedo innecesario a la incertidumbre, por no correr el riesgo y mantenerse con lo que ya poseían, sin innovar.
Miradas que se repetirían, ensoñaciones de una noche de verano, que clavaban la bandera de la libertad, de unas esposas que se soltaban para dejar volar miradas cuyo deseo, cuyas ansias, eran ver más allá, descubrir, y volar entre ojos de grandes personas, en un primer momento, desconocidas.
Miradas que dijeron su adiós, y otras, su hasta luego.

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