Papel en blanco

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Buh.



Huele a desesperación, ¿estuviste cocinando? Parece que se te cayó la sal al suelo. La cocina está llena de harina ¿qué pretendías, empolvarte la nariz?
Ya me acostumbré al sabor de la comida precocinada, los desayunos con tus tortitas ya no están en mi menú. ¿Sabías que ya no desayuno? Ah, espera, perdona, que hace demasiado que no me vienes a visitar y ya no recuerdas ni el número de mi portal, ni la calle donde vivo. ¿Sabes que no me mudé? No recuerdas ni mi nombre. Ya ni saludas, todo te sobra y estás llamando a mi ventana tirando gominolas. Perdón, me equivocaba, ese no es tu estilo, prefieres el mar a las cuatro de la mañana y que ningún chucho te despierte lamiéndote la cara. Aborreces el perfeccionismo, quién lo diría, cuando eres el primero que al tener elección, lo tira todo por la borda, para no variar y no perder la costumbre. Ahora, te tumbarás en la alfombra y disfrutarás del espectáculo de las llamas, a través de la chimenea. También perderás la noción del tiempo y no volverás a llamar, como siempre has hecho. En cambio, yo he aprendido a salir de mi burbuja, a masticar vilmente tus restos, a despreciar tus dotes culinarias, y memorizar todos los números de restaurantes de comida para llevar. He visto el cielo, y ahora sé luchar. Hay tanta harina porque intenté fabricar un saco de boxeo, y lo conseguí. Le puse tu cara, y por eso está todo así.

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