Papel en blanco

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Sol-edad.

Locuras entre palabras enmudecidas, que ella está bien y se adapta rápido, que le es complicado salir a sentir, aun así persiste, y lo intenta.
Una habitación un tanto cálida, versos que no se pronunciaron y miradas que hablaron por todo lo sucedido. Ella vuelve a mirar ese rincón en el que tan poco tiempo quiso quedarse, la rapidez con la que se desvanecen los recuerdos de un día, que llega a pasar de un mañana, a un ayer enterrado entre charcos de agua de lluvia.
Tanto ajetreo que no sirvió para nada, esperas que recibieron el nombre de inquietudes. Salir al mar, correr por la pradera, caminar sin rumbo siendo anónima, era lo que deseaba. Eso creía ella hasta que halló miradas que la atravesaban, que traspasaban hasta su más sincero corazón. Olvidó, que podía ser olvidada.
Pensó, y se vio en las nubes; descubrió, que ya había pasado mucho y era hora de brillar. Alcanzó la cima, lloró sin motivos, bailó bajo la lluvia, e imaginó.
Imaginó como todos, mientras soñaba. Al imaginar, un espejismo se cubría con una fina y delicada capa de niebla, y volvía en sí, volvía a ella. No se había ido, todavía, ella no había podido despertar.

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