Papel en blanco

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Time, taim.


Hoy llovía, y cada gota al caer resonaba en la cubierta, todo el mundo se asomaba por la ventana, sus curiosas cabezas trataban de observar esos truenos, rayos y relámpagos que avecinaban una tormenta, un día que marcaría el comienzo y final de muchas cosas, vacaciones pasadas por agua, o descansos relajantes al escuchar que el murmullo está fuera, lejos, que no interfiere en el camino de aquellos que se quedan, como en casa, jugando a las cartas, al futbolín.
Llovía y aún no había nada claro, las nubes repletas de agua que lloraban cual delicada princesa en su torreón, esperando a otra princesa que la ayudara a salir de allí, con ingenio y no con un beso a traición, sino con una mano amiga de esas que están siempre, no sólo cuando haya que comprometerse, o no.
Hoy el calor de esas manos que apreciaron la ternura quedaba fuera de juego, la música invadía la sala y no se permitían decir bobaliconadas que hirieran, no era el momento. Algunas caras aún mantenían la esperanza, el estar acompañados les hacía sentir bien, preparados para hacer locuras, empezar a vivir.

Las miradas perdidas de gente que no se supo bien, manos entrelazadas de quienes supieron elegir bien, corazones rotos por obra de sin corazones, sonrisas de quienes se encuentran por el camino y deciden convivir, seguir juntas.
Esa lluvia caída mostraba las diferencias de un verano acabado y de un otoño que empezaba a resurgir, marcado por las hojas que dulcemente caían sobre el asfalto, sobre los coches aparcados una tarde nublada de fin de semana en la que es preferible no salir, porque fuera, el mundo era doloroso.

Dentro de esas sábanas se encontraban en un rincón reservado, lejos de palabras malsonantes, de puñaladas que van directamente al corazón pasando por la espalda. Era un viernes de películas.
Un viernes de vacaciones en octubre.


8Octubre2010.

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