Papel en blanco

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Sueños que destrozar.


P
ensamientos que no sirven de nada, junto a excusas malas y baratas. Una noche, una madrugada a la espera de un día nuevo, de un enero que llega tarde. Y sólo salen bobaliconadas, estupideces y oraciones sin sentido de esta boca que no come, que apenas siente, y reflexiona. Ante los ojos de ardillas, que corretean de un árbol para otro, ante el mundo que les manda señales, que les pone paredes y muros que derribar para que se den cuenta que ha llegado el límite, el cual no deben sobrepasar.
Tarde.
Ya era irremediablemente tarde, el cielo se había escondido y las estrellas asfixiadas por la contaminación. Ciudad llena de mierda, pensamientos encrespados, murmullos, más sábanas que tirar. Giros de dirección, desubicación momentánea, y vueltas a la realidad. Había que marcar el punto y final correspondiente, el cual daría paso a la tranquilidad, a tomar un par de copas con los amigos un jueves, a despertar un miércoles a las doce de la mañana, o al mediodía. Sentir un volver a empezar, pero ya era tarde, como antes decía, la escarcha desaparecía, y tan sólo quedaba su rastro, demacrado, haciéndose de rogar porque ya estaba debilitado, demasiado exhausto de intentar seguir avanzando. Quizá ya habría llegado su hora.
En cambio, las luces por la noche hacían ver que se trataba de otros días, de otros minutos, de otras estrellas que relucían y hacían que se sintiera mejor, parte de un todo, de una familia que estaba por construir, entre palabras de aprecio. Pero no importaba lo más mínimo, porque trataba de olvidar y era incapaz, de sentirse viva en algunos versos, de verse reflejada en el espejo, la empatía no la consumía, ella misma se ahogaba, hasta que pronunció basta. Y fue entonces cuando decidió, cuando supo que no iba a perderse, cuando ya conocía el destino, que se sabía inevitable, porque las dos partes no querían.
A las seis de la tarde, de la madrugada, del mediodía o de la noche, a las seis hora punta, a los seis pensamientos, a las seis cruzadas, a las 6 apuestas, se iban despedazando las reflexiones, los tejidos comprimidos de un sí y un no, de dos quizás. Se iban desmenuzando poco a poco todas las piezas, rasgando la piel desde la superficie hasta llegar al fondo. Allí donde se encontraron alguna vez las ilusiones, donde el no estaba presente y, no, ya era tarde para responder sí, que las cicatrices que no se ven van en aumento, que todo estaba siendo oxidado por el mar.
Un oleaje que nunca iba a detenerse.

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